Blogia
EL BLOG DE UN LIBERTARIO

MALO PARA TODOS... BUENO PARA MÍ

Existe la percepción general de que, tras la victoria socialista en las elecciones del 14 de marzo, la vida política se ha encanallado: los debates se agrían, las voces aumentan de volumen, cunden las infamias y el ruido suplanta el papel del mensaje en los canales de la comunicación. 

¿Es todo ello producto del azar, o bien cabe suponer la existencia de auténticos agentes provocadores de la crispación?

Según un reciente sondeo, la mayoría de los españoles imputaba al Partido Popular la responsabilidad de esta degradación de la vida pública. Ahora bien, ¿qué interés podría tener una agrupación política con aspiraciones de gobierno en enrarecer el ambiente, cuál podría ser el rédito que extraería de emponzoñar la convivencia ciudadana con su calculada estrategia basada en la algarada permanente?

Hay quien rememora la legislatura de 1993-1996 para explicar el fruto que puede llegar a dar una campaña orquestada desde la derecha política y mediática. Yo dudo mucho que pueda establecerse semejante paralelismo, principalmente por tres motivos que me parecen de peso:

a) en aquella época, el socialismo se hallaba muy desgastado por los casos de corrupción y por cierto desapego ciudadano inherente a la permanencia excesiva de un partido en el poder;

b) en 1996, el electorado había perdido el “miedo a la derecha” que mantuvo cohesionado durante casi veinte años el voto progresista, y ello allanó el camino a la victoria del Partido Popular;

c) por último, España aún no había conocido los estragos que podía llegar a ocasionar a la vida civil la mayoría absoluta de un gobierno conservador: tuvimos que padecer el cuatrienio negro (2000-20004) para despertar del letargo en el que estuvimos sumidos los ciudadanos, y que rompieron quizás las bombas de la estación de Atocha.

En resumen, sólo desde una concepción adánica del comportamiento político de la ciudadanía (según la cual un sorprendente proceso de amnesia le impediría extraer sus propias conclusiones de lo vivido y padecido) puede creerse que cierta estrategia que fue útil en un momento histórico puede trasladarse sin más a otro distinto. 

Personalmente, me inclino por una interpretación distinta de los hechos. Es la siguiente. De acuerdo con todos los análisis politológicos publicados, en España el electorado progresista muestra un comportamiento harto voluble, de modo que tiende a quedarse en casa en cuanto la clase política le brinda la menor ocasión; por su parte, la bolsa de votos que ostenta la derecha es comparativamente más leal, menos escrupulosa en suma.

Tengo para mí que ello se debe a que, mientras la clase trabajadora no se siente directamente afectada (excepto, como digo, en casos puntuales de gran movilización ciudadana: el 23-F o el 14-M) por la vida política, pues sus condiciones de vida seguirán más o menos inalterables con independencia del partido en el poder, las clases medias y las grandes rentas sí acusan los efectos del cambio de color parlamentario. Y ello es así porque, mientras el voto de izquierdas se mueve sobre todo por ideales, el de derechas atiende más que nada a intereses. 

Esta constatación se tiene muy en cuenta en el diseño de la estrategia política por parte del Partido Popular. Se trataría, en consecuencia, de lograr un clima público tal que el electorado progresista se desentendiera (por hartura, por aburrimiento o por desidia) de la política, de manera que el saldo positivo que ostenta de suyo el PSOE, por razones meramente estadísticas, cambiara de signo en favor del PP.  

Separar a la clase trabajadora del Congreso, alejarle de las instituciones por puro despego sería, pues, el primer y único objetivo de esta atmósfera de crispación animada por el PP y su brunete mediática. Así, se cumpliría una vez más el principio de cuanto peor, mejor: a mayor degragadación de la vida pública, menor apoyo electoral para la izquierda parlamentaria. 

Si todo lo dicho es cierto, la denuncia de que el encanallamiento político perjudica al conjunto de los ciudadanos por igual caería por su propio peso: para los estrategas del PP, si es malo para todos, o para la mayoría social de progreso, es bueno para ellos: la minoría histórica del privilegio.

0 comentarios