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EL BLOG DE UN LIBERTARIO

UN SENTIDO MUY POCO COMÚN

Ha vuelto a hacerlo. Mariano Rajoy ha vuelto a erigirse en detentor y único intérprete del “sentido común”. Dos veces en un solo día: en una entrevista concedida a Tele 5 y en la sede de la FAES.

Es raro. Pues tal sentido, de existir, debería ser compartido, accesible a todos, difícil de fijar en una única expresión.

Claro que eso es así para quien asume el mundo real como una miríada de opciones condenadas a entenderse, y por tanto, a dialogar, a ceder un tanto en las propias posiciones, incluso a dar el brazo a torcer. El sentido común es común para quien no acepta que la verdad sea única, haya sido revelada por una mata ardiendo a un anciano barbado hace miles de años y deba ser custodiada en un arca cerrada, cual gema exclusiva y excluyente.

Pero para los que sí creen en una Verdad eterna, dictada desde no se sabe dónde a no se sabe quién, el sentido común no es común: es sólo suyo, es su patrimonio, su capital. No se reparte, no se comparte: sólo se abre a quien acata el contrato de adhesión (incondicional e indiscutible: absoluto y total), sólo se manifiesta a quien abdica previamente de su propio criterio, parcial y vacilante, de acuerdo, pero ¿qué hay más común a todos los individuos que nuestra humana falibilidad, nuestra capacidad de error, nuestra evidente falta de aptitud para lo completo, lo estupendo, lo divinal?

Ya sé, los creyentes monoteístas de la religión y la política sólo creen en ellos mismos: no dudan, no resbalan, no patinan. Guardan un salvoconducto en un cofre sellado, y a él se remiten como nigromantes para hacernos callar y obligarnos a darles (¡siempre!) la razón. Frente a la verdad urbana, multiforme y proteica de los ciudadanos del mundo, los fanáticos de la derecha nacional-católica quieren imponernos su Verdad rural, sólida y monolítica.

Ese sentido tan poco común al que apela de continuo Mariano Rajoy, en realidad no es más que una versión mesetaria de la tradición, la superchería y el prejuicio. No vuelva a mentarlo, caballero, o deberá medirse de nuevo con su propia equivocación (patéticamente mundana, humanamente parcial).

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