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EL BLOG DE UN LIBERTARIO

VERDAD, TOLERANCIA... Y CONVIVENCIA

Debo confesar algo: cuanto mayor me hago (y contra lo que me temía), menos aguanto la infatuación del que dice ostentar el monopolio de la razón. Quizá por eso me repelen con creciente intensidad las palabras gruesas, los gestos airados, el aspaviento típico que suelen describir los detentores de la Verdad Revelada, políticos o religiosos, qué más da, si cometen el mismo pecado.

En democracia, uno tiene que partir de un límite que es, al mismo tiempo, una liberación: la aceptación de que la convivencia se articula en base a convenciones. Convivir es convenir, avenirse, dejar a un lado las propias presunciones y conciliarlas con las del vecino. Sólo así orillamos la senda de la confrontación y podemos empezar a vislumbrar un panorama, si no de armonía, al menos desprovisto de la violencia consustancial a la lucha por imponer el propio credo. Incluso cabría plantearse que, dado el supremo bien de la paz entre las personas, es poco pago el dejar en segundo plano el egoísta reclamo a las propias convicciones, por muy morales que éstas se pretendan.

Por eso será que siento un franco rechazo ante actitudes como la del Papa Ratzinger cuando, en un libro recientemente traducido al castellano (Fe, verdad, tolerancia), se arroga el privilegio de supeditar cualquier diálogo a que éste se base en la Verdad de la cual, por supuesto, el máximo custodio e intérprete privilegiado es... él mismo, como Sumo Pontífice de la Única Iglesia merecedora de tal nombre. Ello le permite rechazar de plano el “relativismo” que, a su juicio, supone la petición de respeto por las creencias ajenas. Claro que el Papa de Roma nunca se ha destacado por su sensibilidad a las diferencias de criterio, ni internas a la Iglesia Católica ni, a fortiori, externas a ella.

Otro que tal, Mariano Rajoy, muestra en público una persistente (y preocupante) propensión a apelar al “sentido común” en defensa de sus propias tesis, como si el propio parecer fuera, de suyo, necesariamente compartible por los demás. Hoy mismo, escuchando una de sus fatigosas intervenciones en el Congreso de los Diputados, he detectado cómo, en varias ocasiones, utilizaba expresiones imperativas en defensa propia: “la manifestación del 4 de junio hay que interpretarla...”, “el Gobierno tiene que...”, todo ello regado con afirmaciones categóricas a mayor gloria de la intransigencia y la fatuidad. Tal vez se lo haya contagiado su mentor político, no lo sé, pero el caso es que me parece preocupante (y peligroso) que el líder de la derecha española coincida, en este como en muchos otros temas, con el mandamás de la religión más excluyente del mundo. La convivencia suele resentirse, cuando demasiada gente pretende tener razón... A LA VEZ.

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