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EL BLOG DE UN LIBERTARIO

A LOS QUE ODIAN

Da grima comprobar cómo fomentan el odio aquellos que dicen predicar el evangelio del amor. Los católicos de derechas son maestros en el desprecio: menosprecian al homosexual, al inmigrante, al catalán, al izquierdista, al ateo... Se diría que los católicos de derechas sustentan su fe, no en la compasión y el perdón, en la fraternidad humana y el respeto por el otro, sino justo en lo contrario: la exclusión, el enfrentamiento, la lucha, la persecución... No son ejemplo de nada, estos católicos de derechas: su pésimo ejemplo no puede devolverle la dignidad a una ideología, la católica, que poco tiene que ver con Jesús de Nazaret y sí con Francisco Franco.

UN PAÍS DE OPERETA

Creíamos que el "problema de España" era una tragedia, un drama o, como mínimo, una tragicomedia. Pues no: es un vodevil, una pieza del género chico (ínfimo, diría yo), una auténtica opereta protagonizada por mequetrefes, figurones, actorcillos de tercera que vociferan y gesticulan mucho, pero que ni saben lo que dicen ni aspiran a saberlo.

No me refiero sólo a la clase política, que también: hablo de la "opinión pública", que es esa subespecie de la cuidadanía que se dedica a proferir juicios sonoros desprovistos de sustancia.

Hablo de los pseudoperiodistas que utilizan sus micrófonos para escupir necedades y sus portadas para hacer propaganda política, cuando no para difundir bulos y calumnias.

Hablo de quienes escriben en foros de internet para, amparados tras un ominoso anonimato, dar rienda suelta a sus peores fantasías, a las que adornan de los peores oprobios verbales.

Hablo de esa clase intermedia de ciudadano, entre empresario sobrevenido y político tahúr, que navega entre las procelosas aguas del poder público para sacar tajada privada: promotores inmobiliarios, asesores fiscales, "consultores" bien informados...

Hablo de las toneladas de bazofia audiovisual con la que nos bombardean, día sí y día también, para tratar de fatigarnos de la política, de la cosa pública en fin, y así puedan seguir detentando el control del cotarro a solas.

Pues no, señores: si en el proscenio la obra suscita vergüenza ajena, en la platea el nivel es superior. Los ciudadanos no nos vamos a arredar, seguiremos opinando y participando, resistiremos la acometida de los tandredos y votaremos, convocatoria tras convocatoria, a quien se nos dirija con corrección, nos trate con dignidad y nos suscite mayor confianza.

Yo ya tengo un nombre.

APÓSTOLES DEL MAL

De toda la vida, el apóstol se caracterizaba por proclamar la Buena Nueva: que todo esto tiene un sentido, si no aquí, tal vez en otro lado, o en el último momento. El apóstol era, por eso, un tipo sonriente, cuyo rictus beatífico tan pronto le granjeaba amistades tumultuarias como reacciones de rechazo y cremación. Pero él lo encajaba todo como un sparring profesional: su fe en la vida mejor, su esperanza en suma, le bastaba y sobraba para darse por pagado.

Eso era antes, hasta que el Partido Popular perdió las elecciones el 14 de marzo de 2004. Desde entonces, el apóstol es un tipo cabreado, iracundo, rabioso y cejijunto. Ya no anuncia paraísos venideros, sino catástrofes sin fin. No difunde mensajes que animan, sino que abaten. No estimula a dar la mano, sino a morder.

Este nuevo tipo de apóstol ha salido del armario: ya no simula sonrisas jesuíticas, pues nadie se las cree. Ahora ladra. Aúlla. Emborrona páginas y páginas con la tinta de su bilis efervescente.

¿Su sueño? Que el mundo se hunda, y SÓLO ÉL y sus amigos renazcan de las cenizas. ¿Su proyecto? Hacer todo lo posible para acelerar el proceso.

Sólo así puede comprenderse que el Partido Popular haya anunciado su última acción evangélica: enviar a sus apóstoles-militantes por todos los pueblos de España para anunciar la Mala Nueva de que, por culpa de Lucifer-Zapatero y Luzbel-Carod, el mundo se acaba.

Si no fuera porque están locos y los ciudadanos de a pie lo sabemos de sobra, me darían ganas de llorar.

LA DERECHA Y SUS FOBIAS

A despecho de la raigambre cristiana que se arrogan, y a la que traicionan continuamente, los representantes de la derecha política y clerical se distinguen por la gran cantidad de fobias que soportan. Alguien hablo aquí mismo de Zapaterofobia; pues bien, hay muchas más. Por ejemplo:

a) homofobia, odio a los homosexuales por romper con el modelo patriarcal, falocéntrico, monógamo, heterosexual e hipócrita de la familia judeocristiana;

b) eurofobia, odio a la Unión Europea por plantar cara a la hegemonía estadounidense y sus aspiraciones imperiales, belicistas y teocéntricas en todo el mundo;

c) islamofobia, odio a los musulmanes por suponer una amenaza al quasimonopolio que la Iglesia Católica ha ostentado, a sangre y fuego, durante siglos en Occidente;

d) rojofobia, odio a la izquierda por poner en entredicho los privilegios seculares que las clases pudientes detentan por una macabra combinación de imposición armada y coacción moral;

e) onufobia, odio a las Naciones Unidas y al derecho internacional público, como máxima expresión de la voluntad de los ciudadanos del mundo de regirse por una legalidad consensuada y democrática, frente a las tentaciones totalitarias del Trío de las Azores y su "cruzada" contra los derechos humanos;

f) catalanofobia, vascofobia... y pronto, gallegofobia, al acabar los nacionalismos periféricos con el sueño (o pesadilla) de una España Grande y Libre heredada del franquismo, y alentada por la derecha más ultramontana del continente.

En fin, los ejemplos son infinitos, pues si algo caracteriza a la derecha política y clerical no es su adhesión al Evangelio del Amor proclamado por Jesús de Nazaret, sino al Apocalipsis del Odio que difunden por todo el orbe George Bush y José María Aznar, codo con codo.

LIBERTAD EPISCOPAL

Llevan unos meses los obispos católicos llenándose la boca con la palabra "libertad": que si libertad de conciencia para que los funcionarios no casen a los gays en contra de la ley, que si libertad de enseñanza para que los colegios concertados puedan lavarle el cerebro impunemente a los niños, que si lbertad religiosa para seguir recibiendo dinero público a cambio de demagogia privada...

En fin, que los obispos (esos emisarios de un estado extranjero en España) se han convertido, en pocos meses como digo, en estandartes de los derechos fundamentales y las libertades civiles. ¡Quién iba a decirlo cuando, hace pocos años, ellos eran quienes oprimían la libertad de pensamiento, de opinión y de acto de todos y cada uno de los españoles! Nada que ver con estos tiempos, por cierto, en que hasta los adalides de la represión católica utilizan los grandes lemas de la Revolución Francesa para tratar de perpetuar su agonizante imperio.

Señores obispos, católicos en general: ¿Y si en lugar de apelar a conceptos laicos, y para nosotros sagrados, se atienen a su sempiterno argumentario eclesial, y mantienen claras las distancias entre lo que es del hombre y lo que es de Dios?

UN SENTIDO MUY POCO COMÚN

Ha vuelto a hacerlo. Mariano Rajoy ha vuelto a erigirse en detentor y único intérprete del “sentido común”. Dos veces en un solo día: en una entrevista concedida a Tele 5 y en la sede de la FAES.

Es raro. Pues tal sentido, de existir, debería ser compartido, accesible a todos, difícil de fijar en una única expresión.

Claro que eso es así para quien asume el mundo real como una miríada de opciones condenadas a entenderse, y por tanto, a dialogar, a ceder un tanto en las propias posiciones, incluso a dar el brazo a torcer. El sentido común es común para quien no acepta que la verdad sea única, haya sido revelada por una mata ardiendo a un anciano barbado hace miles de años y deba ser custodiada en un arca cerrada, cual gema exclusiva y excluyente.

Pero para los que sí creen en una Verdad eterna, dictada desde no se sabe dónde a no se sabe quién, el sentido común no es común: es sólo suyo, es su patrimonio, su capital. No se reparte, no se comparte: sólo se abre a quien acata el contrato de adhesión (incondicional e indiscutible: absoluto y total), sólo se manifiesta a quien abdica previamente de su propio criterio, parcial y vacilante, de acuerdo, pero ¿qué hay más común a todos los individuos que nuestra humana falibilidad, nuestra capacidad de error, nuestra evidente falta de aptitud para lo completo, lo estupendo, lo divinal?

Ya sé, los creyentes monoteístas de la religión y la política sólo creen en ellos mismos: no dudan, no resbalan, no patinan. Guardan un salvoconducto en un cofre sellado, y a él se remiten como nigromantes para hacernos callar y obligarnos a darles (¡siempre!) la razón. Frente a la verdad urbana, multiforme y proteica de los ciudadanos del mundo, los fanáticos de la derecha nacional-católica quieren imponernos su Verdad rural, sólida y monolítica.

Ese sentido tan poco común al que apela de continuo Mariano Rajoy, en realidad no es más que una versión mesetaria de la tradición, la superchería y el prejuicio. No vuelva a mentarlo, caballero, o deberá medirse de nuevo con su propia equivocación (patéticamente mundana, humanamente parcial).

EL SÍNDROME DEL PUEBLO ELEGIDO

Para entender a la derecha española, es preciso sondear en sus raíces históricas e ideológicas. Aunque el Partido Popular se empeñe en crearse una prosapia liberal (ella, que siempre se ha puesto del lado de tiranuelos y monarcas absolutos), creo que su raíz primaria se hunde en la tradición nacionalcatólica, es decir, en una mezcolanza autóctona de monoteísmo, patriotería grandilocuente y exclusividad social muy propia de estas tierras.

Voy a detenerme ahora en la primera pata del trípode mencionado: el monoteísmo. En efecto, la derecha española se caracteriza por un culto enfervorecido de la UNIDAD, tanto territorial como ideológica. Ello le induce a rechazar toda sombra de pluralismo, de complejidad, de disenso: en cuanto asoman la patita, blande con saña el espantajo de la ruptura, el caos y la disgregación del país.

Más característica aún es su obsesión con representar, ella sola, la verdadera ESENCIA de la ciudadanía. Mientras que sólo los ciudadanos nacional-católicos merecerían ostentar el nombre de tales, rojos, ateos, gitanos, musulmanes, gays o feministas supondrían una caterva inmunda de malos españoles, de escoria que habría que eliminar (como así hicieron en sucesivas etapas de la historia) o, en el peor de los casos, encajonar en guetos estériles y marginados.

Ese egocentrismo, que llevaría a la derecha a creer que SÓLO ELLA conoce y difunde la voluntad de Dios (aunque sea a través de las urnas), bebe directamente del síndrome de Pueblo elegido tan propio de los monoteísmos como ajeno a la tradición liberal y democrática. Si ya los judíos decían entablar línea directa con el Creador, de modo que sólo con ellos firmaba la sagrada Alianza, los cristianos elevaron esa impostura a categoría universal: quien cree, se salvará; quien no, se condenará. Mahoma únicamente aportó a dicha tradición exclusivista un dinamismo y una combatividad que, de todos modos, nunca estuvo del todo ausente en el Occidente de cruzados y templarios.

Creo detectar en el Partido Popular muchas de estas taras fundacionales, propias del monoteísmo fanático. Si se analizan desde dicha perspectiva, su acción política aparece iluminada bajo una nueva tonalidad: más clara, aunque también más tenebrosa.

EL RETORNO DE LA POLÍTICA

No hace tanto tiempo, se dio a la política por muerta. Coincidió, año arriba año abajo, con el anuncio del fin de las ideologías. Tras la claudicación de la izquierda occidental en su plan de transformar el mundo, se confinó a los gobernantes a la mera gestión funcionarial de la cosa pública: su cometido no sería ya materializar un programa (con sus ideas y prioridades, sus preferencias y sus rechazos) sino, presuntamente, detectar problemas objetivos que debían solventarse mediante planes racionales. A esta concepción de la política como fin de la política se la denominó tecnocracia, y pretendió confiar la dirección del buque del mundo a los ingenieros, los consultores y los expertos. Se acababa así, en teoría, con la demagogia, las tentaciones propagandísticas y las decisiones “populares” que se revelaban al cabo como ruinosas. Para blindar esta teoría de la política, por ejemplo, se concedió absoluta autonomía a las autoridades monetarias: los Bancos centrales toman decisiones vitales para el curso de los países al margen de las instituciones democráticas. Fue la época en que se apelaba de continuo a la bondad de las instancias “independientes” como sinónimo aparente de imparcialidad, objetividad y rigor.

Pronto se vio que todo ello no era más que una estratagema para ocultar intereses políticos, es decir, ideológicos, tras la fachada de una racionalidad impávida y neutral. Cuando, por poner un ejemplo, el Partido Popular daba forma en España a su Plan Hidrológico Nacional, no estaba tomando una decisión meramente técnica: estaba optando, eligiendo, prefiriendo un modo de concebir el desarrollo económico y territorial en detrimendo de otro, tan político e ideológico como el suyo. Lo mismo cabe señalar de la legislación en materia de educación, sanidad y, sobre todo, fiscalidad: todas y cada una de las decisiones que adopta un Gobierno son, como no podría ser menos, una forma de decantarse, de privilegiar a unos y perjudicar a otros, todo ello en aras de una concepción de la sociedad estrictamente política.

Todo ello me viene a la mente a la luz del escenario político al que asistimos en nuestro país desde marzo de 2004. Nunca como ahora, en 25 años de democracia, se había puesto de relieve con tanta fuerza el calado ideológico y político que tienen todas las decisiones que adopta un Gobierno: el modelo fiscal, la política de becas, el papel de la religión en las escuelas públicas, etc., son asuntos clave en los que un partido se define, se retrata ante la población, y resultaría absurdo (cuando no fraudulento) pretender poner en manos de técnicos lo que compete a todos los ciudadanos.

Gracias a ello, la política recobra todo su prestigio perdido, o robado por quienes quisieron darla por acabada para poder desarrollar impunemente sus propias políticas parciales, ideológicas y limitadas. Vuelve la política, y lo hace henchida con su carga de utopía, de justicia y de transformación social que la derecha quiso sustraerle, sin conseguirlo.

INFORMACIÓN vs. DEFORMACIÓN

El periodismo de derechas nunca se ha destacado por su mesura, discreción y profesionalidad. Más bien todo lo contrario: se parecen a los párrocos de antaño, subiéndose a la trona (ahora: a las ondas) para declamar y proclamar sus prejuicios.

Otro tanto pasa con la prensa escrita de derechas: propaganda, tendenciosidad, panfletos cuyo único propósito es "calentar" al centro político, tibio de por sí, y mantener "encendido" a su propio electorado.

Pero, con el aumento del nivel intelectural de la población española, estos intentos de manipulación masiva se revelan al cabo como estériles. Fíjate con el 11-M: TVE, RNE, El Mundo, Antena 3, Onda Cero, ABC, La Razón, la Cope... no pudieron con la SER y El País. ¿Por qué? Pues porque todavía hay diferencia entre informar de deformar.

La prensa de la derecha corrompe el buen nombre del periodismo y viola el principio deontológico de la profesión, el cual consiste, en letras bien grandes, en un principio básico: la información y la opinión deben ir por separado, y mezclarse lo menos posible.

LA MALA EDUCACIÓN

Caen los políticos en un error de percepción, en lo que al debate sobre el modelo de enseñanza se refiere. La interpretan como la parte activa de un polo en el que el aprendizaje sería la parte pasiva. Educar sería, para ellos, instruir, impartir órdenes e imbuir de conocimientos a mentes que, sin dirección ni tutela, serían incapaces de orientarse en la vida.

Es falso. El aprendizaje es una actividad, la más hermosa de todas, y además una actividad permanente y que no conoce horarios: aprendemos (aprehendemos) de continuo, y toda la vida. Aprendemos, sobre todo, por emulación, por mímesis, captando instintivamente lo que en cada momento una sociedad valora, y reproduciéndolo de manera más o menos creativa. La etología sabe mucho más de esto que la pedagogía.

Tampoco es cierto que lo que les "enseñan" en las aulas tengan, para los chavales, mayor importancia que lo que "aprenden" por otros medios: de los de comunicación, sí, pero también del barrio, de la calle, del bar y... de internet.

Porque internet ha subvertido los cauces tradicionales de acceso al saber: ya no es patrimonio de las clases privilegiadas, que decidirían qué sabe quién y cuándo, sino que constituye una nube omniabarcadora que respiramos y que nos inspira sin cesar. Lo que antaño era un tesoro oculto, ahora está al alcance de la mano, y ello redunda en una mayor "información" que, también, implica una suerte de "formación" informal, una [I]bildung[/I] con la que contamos para crecer día a día como personas.

Creer, a estas alturas, que reformar la enseñanza en una u otra dirección se traducirá en una mejor o peor calidad del aprendizaje implica desconocer por dónde se mueve el mundo de hoy: por retículas plurales en las que la jerarquía ha muerto, por vías proteicas por donde los saberes fluyen y se incrementan, en fin, por cauces desbordados que ningún ingeniero podrá controlar a su antojo, ya sea con LOES, LOGSES o LODES.

La mejor educación es la que no existe. La otra, la que pretende imponerse a la población como sinónimo de dirigismo cultural e ideológico, no sólo no tiene razón de ser, sino que está condenada al fracaso. Porque, ¿para qué le sirvió a la escuela nacional-católica imponer el catecismo en las aulas? Para crear generaciones enteras de ciudadanos ateos, descreídos, anticlericales y... democráticos. Pues eso.

LA ESPAÑA IMAGINARIA DE LA DERECHA

Cada vez que los españoles hacemos o queremos hacer algo que a la derecha no le gusta, saltan los agoreros: ¡quieren destruir España!

La cosa viene de largo: para consolidarse como el Reino unido y homogéneo que no era, Isabel y Fernando se vieron en la "obligación moral" de expulsar de la península a judíos, gitanos y moriscos.

Para compartarse (al menos, de puertas afuera) como el país católico y contrarreformista que nunca llegó a ser, la Iglesia tuvo que erigir tribunales donde los herejes, ateos e indiferentes a los temas eclesiales ardieran como teas.

Para presentar como la nación conservadora y tradicional que, en realidad, no fue jamás, el Ejército se levantó en armas contra el Pueblo en innúmeras ocasiones (la última, en 1981).

En fin, que para subsistir la España soñada debía hacerse a costa de los propios deseos de los españoles quedó bien visible en la Guerra Civil, donde a los "nacionales" no les dolieron prendas en pedir a italianos y alemanes que bombardearan a otros españoles, ¡todo en nombre de la España soñada!

Por eso, cuando escucho hoy en día hablar de "ESPAÑA" a los dirigentes del Partido Popular, siempre me pregunto para mis adentros: perdone usted, ¿de qué España me habla? ¿De la real o de la suya, la imaginaria?

COMUNISMO DE DERECHAS

Provoca cierto estupor la redundancia con que, desde las filas del PP, se apela al adjetivo "común" para glorificar sus propuestas. Rajoy habla en nombre del sentido "común", Acebes reivindica un proyecto "común" para España... ¿Estamos ante un caso de neo-comunismo, revitalizado cuando ya no se le esperaba?

Podría ser. No en vano, los Tres Tenores del PP utilizan de continuo palabras caras a la izquierda: libertad, igualdad entre todos, lucha contra los privilegios, solidaridad...

¿Acaso la derecha española, la más autoritaria del continente, se está aviniendo a asumir las propuestas tradicionales de la izquierda?

Lo dudo mucho. Es más, pienso exactamente lo contrario: que la derecha plagia los conceptos de la izquierda para vaciarlos de sentido, para convertirlos en muletillas huecas, en fin, para extirparle el contenido revolucionario que poseen.

Pues revolucionario es, para la derecha, que un Gobierno impulse políticas que, en efecto, promuevan la igualdad real ENTRE CLASES, es decir, que supriman las diferencias entre las rentas altas y las bajas.

Pues revolucionario es, para la derecha, que un Gobierno combata la discriminación implícita que supone desarrollar una DOBLE VÍA de servicios sociales: una, de pago y de calidad para los privilegiados, y otra, gratuita y meramente benéfica, para los que no la pueden pagar.

Pues revolucionario es, para la derecha, que un Gobierno grave fiscalmente las rentas del capital en beneficio de las rentas del trabajo.

Justamente lo que NO ha hecho el PP cuando ha gobernado, o donde aún gobierna: beneficiar la tributación de las plusvalías, eliminar tributos que gravan a los privilegiados que le votan (sucesiones, donaciones), erosionar la escuela y la sanidad públicas mientras desviaba recursos estatales para financiar al sector privado (vía conciertos)...

En fin, que cuando oigo a los Tres Tenores hablar de igualdad y solidaridad, yo me llevo la mano a la cartera.

Y es que la única igualdad que entiende la derecha española es la que aplica LA MISMA DISCRIMINACIÓN SOCIAL a todos los ciudadanos, vivan en la Comunidad que vivan.

POR QUÉ VOTÉ LO QUE VOTÉ EL 14-M

Porque Aznar impulsó una política centrípeta en la que las Autonomías vieron seriamente comprometido su margen de actuación (como demuestran recientes sentencias del TC contrarias al gobierno del PP).

Porque Aznar llevó a cabo una política económica neodesarrollista basada, no en la innovación y la competitividad, sino en el ladrillo y el consumo interno (fuente de desequilibrios comerciales, como se ha ido viendo después).

Porque Aznar instauró una forma de hacer (o no-hacer) política fundamentada en los malos modos, los desplantes, la chulería y la soberbia, en perjuicio del diálogo y la negociación.

Porque Aznar permitió que Cascos, con su incompetencia supina, llevara el Prestige a alta mar y no lo acercase a tierra, provocando así que el chapapote ensuciara toda la cornisa cantábrica y no sólo una playita gallega.

Porque Aznar exculpó a Trillo de haber embarcado a 62 militares españoles en un avión tercermundista, además de cometer todo tipo de fraudes y engaños en la labor de identificación de los cadáveres.

Porque Aznar utilizó de manera fraudulenta las subvenciones europeas, que ahora el gobierno del PSOE debe devolver de su propio bolsillo (que es el de todos).

Porque Aznar privilegió a las rentas altas y del capital, en detrimento de las rentas del trabajo, es decir: favoreció a sus votantes y perjudicó a los currantes.

Porque Aznar instrumentalizó la justicia, vía Cardenal y Fungairiño, hasta extremos escandalosos.

Porque Aznar animó a Urdaci a cometer infinidad de tropelías en la televisión pública, censurando contenidos (Línea 900, la canción "Ojú" de Las Niñas, la entrega de los Premios Max) y cometiendo ilegalidades condenadas por la justicia (ce-ce-o-ó).

Porque Aznar se cruzó de brazos ante el efecto euro, ante la burbuja inmobiliaria, ante la precariedad laboral, ante los abusos cometidos por los empresarios con los inmigrantes ilegales...

Porque Aznar metió a España en una guerra ilegítima e ilegal, contra el parecer de la inmensa mayoría de los españoles.

Porque Aznar quiso restaurar el nacionalcatolicismo en España, vía Ley de (Nula) Calidad de la Enseñanza.

En fin... ¿te parece poco? Mi voto y el de millones de españoles no fue fruto de un calentn, sino de un proceso meditado de reacción ante tantos abusos.

Y ni siquiera he tenido que citar el 11-M.

LA DERECHA ACTUAL NO ACCEDERÁ AL GOBIERNO DE ESPAÑA

Por mucho que se froten las manos, los hechos cantan: el PP no logra subvertir la mayoría electoral en favor de las tesis progresistas. Galicia y Euskadi han supuesto un varapalo para la derecha. En Canarias, el PP ha tenido que salir del Gobierno autónomo por demostrarse incapaz para entenderse con su socio nacionalista. En fin, que la derecha no sólo no gana parcelas de poder, sino que las pierde.

Pero es que, además, la trayectoria aislacionista del PP desde el 14-M le imposibilita matemáticamente para acceder a La Moncloa, excepto si cosecha una mayoría absoluta en las próximas generales. Ningún partido le apoyaría para firmar eventuales pactos de gobernabilidad, pues la derecha ya se ha encargado de quedarse en un rincón en todos y cada uno de los escenarios de disputa electoral.

Y, francamente, por mucho que pueda avanzar el PP en los próximos dos años, hay que estar muy fanatizado para creer que los españoles puedan concederle de nuevo a la derecha una mayoría absoluta de la cual hicieron pésimo uso en el Cuatrienio Negro (2000-2004).

Más diálogo y más apertura de mente, es lo que necesita la derecha para volver al poder. Lo contrario le confina en el pintorenquismo de un partido radical, jaleado por su prensa afín pero incapacitado para gobernar en ningún sitio.

CUANDO EL TERROR TIENE DOS CARAS

Estoy aterrorizado... y no es por culpa de los terroristas, vulgares pistoleros que no conseguirán perturbar mi equilibrio interior con sus fanfarronadas.

No: estoy aterrorizado porque, según ha anunciado Scotland Yard (ya saben, los de "primero dispara y luego, pregunta") ha advertido de que va a seguir abatiendo a cualquiera que sea demasiado moreno, o camine demasiado rápido, o se encuentre en el lugar erróneo en el momento equivocado.

http://www.20minutos.es/noticia/40371/0/londres/matar/policia/

Estoy aterrorizado porque el Eje del Bien, ya saben, Bush-Blair-y-el-chucho-de-Aznar, apuestan por el secuestro de sospechosos allá donde estén, por las cárceles donde se violan todos los derechos humanos y las convenciones mundiales en materia policial, por el traslado de los detenidos a paraísos alegales donde se les puede someter impunemente a torturas...

Estoy aterrorizado porque, en repugnante connivencia con los matones, los policias se arrogan el privilegio de utilizar métodos propios de dictaduras bananeras para preservar SU seguridad, la de ellos, pues la nuestra (la de quienes viajamos en metro y en bus porque no nos queda más remedio) no nos la cuida nadie.

Estoy aterrorizado porque, de encontrarme en un andén subterráneo entre dos fuegos (a un lado, el policía con salvoconducto; al otro, el fanfarrón con la cabeza hueca), ya no sabría decir quién es el bueno y quién el malo, quién me viene a proteger y quién a acabar con mi último reducto de libertad.

LA ESTERILIDAD DE LA DERECHA

La esterilidad de la derecha política y clerical en la España del siglo XXI es completa.

La derecha política, incapaz de llegar a acuerdos CON NADIE para gobernar EN NINGÚN SITIO pide que se reforme el sistema electoral, a ver si así...

La derecha clerical, encegada en sus dogmas menos antiguos de lo que dicen (la Inmaculada Concepción acaba de cumplir 150 años y la inefabilidad papal, ni eso) y desiertos sus templos antaño prietos, se lanza a la calle para simular un arraigo social del que carece.

¿Qué tiene de raro que, impotentes y estériles, los fachas y los frailunos se rasguen las vestiduras ante el espectáculo de la España joven, audaz y en pleno proceso de transformación a la que estamos asistiendo?

LA IMPOTENCIA DE LA IGLESIA CATÓLICA ESPAÑOLA

La impotencia de la Iglesia Católica Española (ICE) se demuestra en que ya hace mucho tiempo que ha dejado de lado sus argumentos genuinos para actuar "a rebufo" de la actualidad (por mucho que se empeñe Blázquez en afirmar lo contrario).

No es sólo que la ICE se sienta en la enfermiza necesidad de oponerse a cualquier innovación social y legal por sistema, en nombre de "principios" que, en la mayoría de los casos, asquearían al mismísimo Jesús de Nazaret, o sobre los que Cristo ni siquiera llegó a pronunciarse.

Es que la ICE ha enterrado en el olvido su discurso original (el de la resurrección de la carne y la comunión de los santos) para manejar el arsenal conceptual del "enemigo" laico y secular: que si la "ley natural", que si "atentado a la razón", que si "libertad de conciencia"...

Al parecer, la ICE conoce de la repulsión que genera en la población española su doctrina auténtica (la del pecado, la culpa, el valle de lágrimas y demás) y, en una operación de "márketing" de dudosa catadura moral, se dedica a lavarse la cara para ganar audiencia.

Lo malo es que, como al diablo la patita, a los obispos siempre se les acaba por ver el ala detrás de la sonrisa. Y cuando hablan de "naturaleza", en realidad quieren decir "Biblia"; y cuando dicen "libertad de conciencia", están hablando de "sumisión al dogma".

Yo, por si acaso, siempre llevo encima mi traductor eclesiástico-español.

LO QUE SIEMPRE HA SIDO NO TIENE POR QUÉ SER LO MEJOR

Dijo Mariano Rajoy en el Congreso de los Diputados que el Código Civil no debía ser modificado para incluir a las uniones entre homosexuales bajo el rótulo de matrimonio porque éste “siempre se ha dado entre un hombre y una mujer”.

¿Es un buen argumento? No lo creo. Hasta que Abraham Lincoln consiguió abolirla, la esclavitud “siempre” había sido una práctica aceptada. Hasta que el populacho parisino asaltó la prisión de la bastilla, la aristocracia “siempre” había acumulado el poder y las riquezas. Hasta que las mujeres empezaron a votar bajo la Segunda República, el derecho de sufragio “siempre” había estado reservado a los varones. Hasta que la Constitución de 1978 instauró la democracia en España, “siempre” habíamos padecido regímenes de raíz autoritaria (con efímeras excepciones que sólo conseguían apuntalar dicha regla). Es más: hasta que el Congreso aprobó en 1979 la ley del divorcio, el matrimonio “siempre” había sido indisoluble, por lo que esta institución ya se había apartado hace tiempo de su supuesta “esencia inalterable”.

Además de que el argumento histórico no aporta ningún argumento de peso contra las bodas gays, hay otros dos, uno de carácter lingüístico y otro, de carácter geográfico.

Dice la derecha política y clerical (Partido Popular e Iglesia Católica) que la palabra “matrimonio” alude a la maternidad, y que dicho concepto es natural y no puede ser modificado por el hombre. Al menos yo, estudié en primer curso de bachillerato que, según Saussure, el lenguaje es convencional, o sea, fruto del pacto arbitrario entre los hombres: la relación que hay entre una pera y la palabra “pera” es ficticia y puede, por tanto, mutar. Además, de ser cierto que la humanidad debe permanecer esclava del diccionario, ¿por qué no aplicarlo a todo el léxico del que disponemos? Así, “patrimonio” sería el conjunto de los bienes propios del padre, debiendo marginar a la mujer de su titularidad…

Y en cuando a la supuesta “universalidad” de la institución matrimonial, ¿hay que recordar que a tan sólo veinte kilómetros de aquí, en Marruecos, recibe tal nombre la unión entre un hombre y varias mujeres, hasta un máximo de cuatro? ¿Dónde queda la supuesta “naturalidad” de una institución que, en el ámbito de los hechos, se muestra tan elástica y mudable?

Lo que en realidad quería decir Rajoy, en nombre de la derecha española, es que no quieren compartir con sus compatriotas de tendencia sexual distinta a la suya una figura jurídica que, como todo constructo social, no es más que una forma de proteger derechos y exigir responsabilidades. Todo lo demás no son más que excusas para disimular una homofobia latente.

¿CRISIS DE AUTORIDAD?

Desde las filas del más rancio moralismo (derecha política y eclesial), se oyen con creciente frecuencia lamentaciones sobre la “crisis de autoridad” que padece nuestra sociedad en el presente.

Según esta tesis, la caída de la Dictadura no habría reportado más que indisciplina y desorientación, permisividad y relativismo, todo ello nocivo para la convivencia y la paz social. Los jóvenes, sobre todo, le habría perdido el respeto a sus mayores y a las instancias tradicionales del orden social: familia, profesorado, legalidad...

No digo yo que no haya síntomas alarmantes de que, en los últimos años, e incluso en las últimas semanas, se están dando señales preocupantes de que, para ciertos sectores sociales, la autoridad legítima no merece ninguna consideración y que, en buena lid, uno puede rebelarse contra ella.

Voy a repasar algunos acontecimientos que, en el último año, parecen avalar esta impresión:

-cargos públicos de un partido político con responsabilidades de gobierno autonómico y local, han anunciado que no piensan cumplir el imperativo legal de oficiar bodas homosexuales; para estos cargos, la ley está por debajo de la propia conciencia, lo cual es tanto como negar toda base al Estado de Derecho y dar carta de naturaleza a la anarquía social (cada cual tiene su conciencia, y no tiene por qué sentirse constreñido por la legalidad vigente);

-representantes parlamentarios de un partido con responsabilidades de gobierno autonómico y local han atentado repetidamente contra la máxima autoridad de los órganos constitucionales y estatutarios, desobedeciendo a quien ostenta legalmente la máxima autoridad en la materia: me refiero a las “rebeliones” que protagonizan, un día sí y otro también, los diputados del PP en el Congreso de Madrid y en los Parlamentos de Andalucía y Extremadura;

-representantes mediáticos de un partido con responsabilidades de gobierno autonómico y local, y grupo mayoritario de la oposición en las Cortes Generales, han consignado por escrito en la Comisión del 11-M que las autoridades policiales faltaron a su deber y coadyuvaron de un modo u otro en la comisión del mayor atentado sufrido en la historia de España: así, invitan los populares a dudar de la honorabilidad de nuestras instituciones y, consiguientemente, a desobedecerlas;

-representantes mediáticos de un partido con responsabilidades de gobierno autonómico y local, y prolongación orgánica de la Conferencia Episcopal, arremeten de continuo contra el máximo representante del Estado, poniendo en duda su ecuanimidad institucional y ensoñando, quizá, con otros modelos de organización política en los que la monarquía no tuviera cabida.

A la vista de estas y muchas otras señales, ¿qué clase de pedagogía pública está impartiendo el Partido Popular? ¿Qué señales, guiños y conminaciones, puede estar recibiendo la ciudadanía española cuando, desde el seno de las propias instituciones democráticas, se pone en duda la legitimidad misma de las autoridades que nos rigen? ¿No es una invitación a la anarquía general, a pasarse las normas de convivencia por el arco de triunfo? ¿Cómo no van a reírse nuestros jóvenes de sus padres, sus profesores, sus leyes, si quienes dicen representarles se mofan del Presidente del Congreso o del mismísimo Rey de España?

Leyendo los mensajes que los cachorros de la derecha (política y eclesial) emiten en los foros públicos de comunicación, creo que la respuesta a estas inquietudes es evidente, y preocupante. La derecha está movilizando a sus bases electorales para abatir el sistema democrático. Más claro no lo puedo decir.

ANTICLERICALISMO

Quizá la tradición izquierdista que uno más añora en la España de hoy sea el viejo, cuerdo y sabroso anticlericalismo.

¿Cómo no sentir nostalgia de los feroces comecuras de antaño, al ver a los líderes progresistas actuales en respetuoso contubernio con los diversos especímenes de la raza frailuna y enarbolando ellos mismos maneras untuosas, paternalistas e hipocritonas en la mejor escuela teatral del clero?

El hombre de izquierdas español había sentido siempre una inmediata y franca animadversión por las sotanas, asi como por todo lo que tapan y propician; en esta repugnancia tan justificada se expresaba una memoria histórica que ninguna honrosa excepción personal puede borrar.

Para cualquiera con una visión mínimamente critica e ilustrada de la tragicomedia española, el anticlericalismo es una forma de higiene mental, una manifestación de cordura... y esto, sea cuales fueren sus relaciones íntimas con el secreto de lo sagrado.

Repasemos a este saludable respecto la obra de Larra, Clarín, Baroja, Valle Inclán, Pérez de Ayala, etc., de todo que ha habido de vivo, pujante y autónomo en este pais de libros en la hoguera y rodillas genuflexas.

No encontraremos otra institución tan nefasta como la Iglesia católica en la historia moderna de España; y si la encontramos, haremos bien en callar su nombre, pues quizá la reacción de la jurisprudencia pudiera ser desproporcionadamente punitiva.

Pero ese oscurantismo tenaz, capaz de aprender cualquier verdad subversiva de ayer para contrarrestar la libre indagación de hoy; ese odio a todo lo que independiza y esa afinidad apologética con todo lo que subyuga; ese oportunismo político descarado y siempre de signo conservador, hasta cuando cede en algo para desunirse de barcos que se hunden y en los que tanto había cómodamente viajado; esa sempiterna enemistad con el cuerpo y la claridad, esa complacencia en el cuchicheo y lo «sublime»; esa ambigüedad malsana en todas las tomas de postura liberadoras y esa nitidez dogmática en las voces de mando represivas... todo esto no es cosa del pasado siglo, ni de comienzos infaustos de éste, sino de ahora mismo, como siempre. Incluso diriamos que, ante el desarme conciliador y decadente de la izquierda, se crece hoy la perenne osadía clerical.

Supongo que buena parte de culpa la tienen los bienintencionados liberales que comenzaron a descubrir que hay curas «progres» frente a los carcas, que la homilía de tal obispo no ha estado mal y que no es lo mismo el Papa que Lefévre.

Frente a estas almas cándidas, en vano los anticlericales sosteníamos que el clero es «intrínsicamente perverso» —como gustaban de decir ellos de comunistas y demás ralea— y que bien está que uno sea amigo de tal o cual cura a titulo personal (si uno no pone perversos en su vida personal, ustedes me dirán para cuándo se los guarda), pero que en lo tocante a la lucha por la emancipación de los hombres y a la desaparición del poder heterónomo, no puede esperarse nada ni medio bueno de semejante grey.

Lo único que se logró con esta confraternización es que los curas renovasen su terminología y comenzasen a comerse a la izquierda por la izquierda misma. Sus recursos de hipocresía y mala fe son prácticamente inagotables, como cabía esperar tras la práctica doblemente milenaria que tienen en ellos. Así, por ejemplo, la defensa de su virtual monopolio de la enseñanza privada y de la protección exorbitante que ha gozado bajo una dictadura fascista que tuvo en ellos devotos aliados, se ha convertido hoy en «defensa de la libertad de enseñanza». Los que nos hemos educado en uno de esos fabulosos negocios en los que el adocenamiento intelectual, la rapacidad como meta y método y el conservadurismo a ultranza eran las únicas asignaturas obligatorias, no podemos escuchar sin repugnancia física la palabra libertad en boca de tan dignos educadores.

¡Libertad de enseñanza! Y propugnada por cofrades de todos los censores oscurantistas que en el mundo han sido, por los hermanos en la fe de los padres Ladrón de Guevara y Garmendia de Otaola —autores de una inolvidable guía bibliográfica-moral titulada «Lecturas buenas y malas», en la que se leían entradas tan sabrosas como ésta; «Galdós, Benito. Búsquese en «Pérez» cuan malo es este autor»—, por los execradores de la Ilustración (episodio tan repetido de la muerte de Voltaire), por quienes siempre han considerado el libre-pensamiento como un pecado a extirpar violentamente, salvo cuando la inferioridad de su posición les hace reclamarlo como un derecho a quienes, precisamente por no ser como ellos, no pueden negárselo sin contradicción.

Si condenan el aborto, será en nombre del «derecho a la vida». No está mal que descubran al fin tal derecho quienes llevan dos mil años bendiciendo ejércitos, predicando cruzadas, inaugurando cárceles, alentando persecuciones y ejecutando con el nombre de Cristo en los labios.

¿Pertenece acaso todo esto al pasado? Hace unos años, con motivo de las últimas ejecuciones capitales habidas en este país, Monseñor Guerra Campos proclamaba en una homilía que «no en vano la autoridad ciñe la espada, según nos dijo San Pablo»; hoy afirma, con la misma credibilidad, que el aborto es un crimen peor que el terrorismo. Y por supuesto no pretendo ni por un momento homologar el aborto con la pena de muerte: tal tipo de identificaciones, basadas en sofismas de parvulario y sentimentalismos que sólo se apiadan en representación del dolor pero nunca en eficacia, son típicas precisamente de la mentalidad clerical pegajosa y llena de doblez.

Cuando atacan el divorcio, lo hacen en nombre de la «Ley Natural» (contradictorio hipogrifo que esgrimen con risible impudicia todavía a estas alturas del curso) y en «defensa de la familia». Por lo visto, lo «natural» es el derecho canónico, el tribunal de la Rota, las anulaciones amañadas y los suntuosos diezmos en dinero, si, pero sobre todo en control sobre sus fieles; la familia se defiende por la continencia periódica, la «doble militancia» erótica del marido y la resignación multípara de la mujer, que para algo fue cómplice de la serpiente.

¡Y qué toda esta sarta de disparates pretenda no sólo determinar la vida de quienes tienen fe explícita en ellos, lo cual me parece muy bien, sino la de los millones de ciudadanos de este país que sólo son católicos por un fenómeno sociológico y una bostezante rutina, pero que están cada vez más dispuestos a regir su vida cotidiana por normas distintas, que, de hecho, ya valoran de forma distinta y que tienen perfecto derecho a no encontrar trabas legales o de otro tipo en su voluntad —ésta sí «natural»— de autodeterminación!

El Papa parece dispuesto a perdonar a Galileo; ahora sólo le queda resucitar a Giordano Bruno y a Vanini para volver a ocupar la primera plana de los periódicos. En una comunicación sobre el tema del aborto, el cardenal Tarancón, tras hablar de «la campaña perfectamente orquestada» para solicitar su despenalización (y de campañas perfectamente orquestadas los sotaniformes saben todo lo que hay que saber, pues organizarías es su oficio desde hace milenios), añade que «los no creyentes tienen que admitir que si todo está en mano de los hombres, no hay nada estable en el mundo». Y, ¿en mano de quién nos recomendaría el cardenal Tarancón que pusiéramos todo para que se instalase de forma deseable? ¿En las suyas quizá o en las de Wojtyla, como representantes del Dios en el que no creemos? Precisamente eso es lo que no deseamos, ni tampoco toleraremos fácilmente que se nos imponga. Los no creyentes creemos en algo, a saber: que el valor de la vida, de la libertad, de la dignidad y del goce de los hombres está en manos de éstos y de nadie más; que son los hombres quienes deben afrontar con lucidez y determinación su condición de soledad trágica, pues es precisamente esa inestabilidad la que da paso a la creación y a la libertad humanas; que los emisarios y administradores en este mundo de lo más alto, personifican en realidad lo más bajo para una conciencia critica e ilustrada; el fanatismo o la hipocresía, la heteronomia moral, la negación del cuerpo y la apología del Poder jerárquico en su raíz misma.

FERNANDO SAVATER, “Osadía clerical”, en Impertinencias y desafíos, Legasa Literaria, Madrid, pp. 90-92.