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EL BLOG DE UN LIBERTARIO

LA DERECHA PROMUEVE EL APARTHEID ENTRE ESPAÑOLES

La derecha extrema del PP, fruto de la alianza entre el catolicismo más rancio y el casticismo más excluyente, está llevando a cabo una cruzada a favor del apartheid en contra de la igualdad entre todos los españoles que ha hecho saltar todas las alarmas:

a) su defensa de "la familia tradicional" frente a las nuevas formas de convivencia deja en el limbo legal a miles de parejas de gays, divorciados y arrejuntados que, de aplicarse el modelo que propugna el PP, carecerían de cualquier tipo de cobertura jurídica;

b) su campaña en favor de una educación y una sanidad privadas de calidad, en perjuicio de un sector público que quedaría como mero brazo asistencial para los ciudadanos más paupérrimos (vamos, lo que ya pasa en Estados Unidos), agravaría las diferencias entre unos españoles de primera, con dinero para pagárselas, y todos los demás;

c) su combate en contra de los derechos de las minorías (gays, inmigrantes, etc.) pone en entredicho los valores constitucionales, abriendo en el país una brecha entre las "personas respetables" y quienes, en su opinión, no lo son tanto.

Debemos combatir con todas las armas legítimas a nuestro alcance esta cruzada neoconservadora en contra de la igualdad entre todos los españoles, consagrada en nuestra Carta Magna. Reaccionemos, antes de que sea tarde y España se convierta en una sociedad como la estadounidense: un pequeño grupo de gente poderosa y amplias bolsas de marginación y desesperanza.

¿MERCADO? ¡3 TAZAS!

La derecha neoliberal, enemiga del Estado y de cualquier regulación pública de la economía y las dinámicas sociales, se están encontrando con la horma de su zapato. Si, según sus propias tesis, el mercado es sabio y tiende a la autorregulación de los conflictos, beneficiando al bien común y neutralizando las tensiones, hay que ensalzar lo que ocurre con un sonoro ¡amén! Ahora bien, cuando el propio mercado de los valores sociales perjudica a ciertas instituciones muy caras a la derecha, ésta eleva su voz de protesta y exige que el Estado intervenga y regule la deriva que puede perjudicarle. Ejemplo:

a) la Iglesia Católica pierde acólitos a velocidad de crucero, lo cual se plasma en una aportación decreciente de fondos por parte de sus propios fieles. Pues bien, a pesar de que, desde una perspectiva liberal, ello debería ser ungido y santificado al plasmar un efecto del mercado de las creencias, surge la derecha exigiendo al Estado que contribuya con más fondos a las arcas de las Iglesia, que implante la asignatura obligatoria de la fe católica, que legisle el matrimonio civil en función de los deseos de los obispos. ¿En qué quedamos? ¿Intervencionismo no, excepto cuando me favorece?

b) el concepto de España muta y evoluciona a la vista de los debates y las negociaciones que, en función de las circunstancias, se plantea a cada momento. No existe una “España esencial”, sino una España en tránsito siempre, al albur del contexto político y social. Pues bien, la derecha en tal asunto no parece dispuesto a exponerse a los vientos del mercado, y una vez y otra tercia en el debate público con apuestas inmovilistas, pétreas y reaccionarias. ¿En qué quedamos? ¿Todo es objeto de especulación y regateo, excepto aquellos conceptos que queremos preservar a toda costa del desgaste de los tiempos?

c) el modelo de familia ha experimentado en los últimos tiempos una gran apertura, superando la clásica estructura patriarcal para abarcar nuevas formas de convivencia. Nada más consecuente con el liberalismo que dar la bendición a esta transformación, admitida tácitamente por los ciudadanos. Pues no. El 18 de junio de 2005, la derecha convoca una manifestación en contra de dicha evolución social, y exige al Estado que legisle a favor del concepto que tiene ELLA de la institución familiar. ¿En qué quedamos? ¿Es el mercado quien impone las normas, excepto cuando esas propias normas perjudican a nuestros valores y creencias?

Creo que basta con lo dicho para comprobar que la derecha no es liberal en absoluto, o sólo lo es cuando lleva las de ganar: en asuntos económicos y dinerarios. Cuando es el resto de la sociedad la que se sube al carro y trata de gestionar el bien común según las propias reglas del mercado, ¡ah, no! Entonces debe intervenir el Estado e imponer orden. El orden de siempre, se entiende: no vaya a ser que nos salga el tiro por la culata y queriendo servir a la libertad, acabemos proclamando el “libertinaje” (?).

CRECE EL FASCISMO EN MADRID

La sucesión de incidentes fascistas en Madrid no deja de ser preocupante:

a) ciudadanos de a pie que trataron de manifestarse junto a la AVT fueron expulsados violentamente por no ser del PP;

b) escritores y políticos que intentaban presentar una novedad editorial en una librería fueron agredidos por no ser del PP;

c) la presidenta de una asociación de víctimas del terrorismo ha tenido que marcharse de Madrid tras la oleada de insultos y amenazas de muerte que ha recibido, por no ser del PP;

d) Fernando Savater, filósofo ejemplar, ha sido denigrado públicamente al apoyar a ZP en su apuesta por la paz en el País Vasco, por no coincidir con lo que postula el PP;

e) Gregoria Peces-Barba, padre de la Constitución y hombre de bien donde los haya, recibe toda suerte de descalificaciones por no ser del PP y poseer un criterio propio en el tema del terrorismo;

f) el diario 20 minutos ha sido acusado de "polanquista" por el tamaño de la foro de la manifestación del 4-J, como si la libertad de información se tuviera que plegar a los deseos del PP;

g) el Presidente del Consejo de Estado recibe un alud de críticas por expresar públicamente que no es relevante si los Estatutos autonómicos incluyen en su articulado la expresión "nación", en contra de la opinión sectaria y excluyente del PP;

h) el alcalde de Madrid es acusado por sus compañeros del PP de "dejarse manipular" por los socialistas, cuando lo único que hace es aplicar el precepto legal de "cooperación entre las Administraciones públicas";

i) cientos de ciudadanos que colaboramos en foros públicos de expresión somos denigrados diariamente tras expresar nuestra opinión respetuosa y fundamentada, por no ser del PP;

j) en los medios de comunicación de la derecha (la COPE y el ABC, a la cabeza) se denigra sin pudor a quienes no piensan como piensa el PP, con palabras que van del insulto gratuito a la amenaza encubierta;

k) en la manifestación organizada en Salamanca por el PP en contra de la devolución de los papeles robados por Franco a la Generalitat, se pudieron ver pancartas amenazando de muerte a politicos elegidos libremente en las urnas...

Creo que hay motivos suficientes de alarma. La oleada fascista coarta los derechos de los ciudadanos y genera actitudes violentas y excluyentes.

Los demócratas y gentes de bien no podemos quedarnos con los brazos cruzados. Hemos de reaccionar, antes de que sea demasiado tarde y el conflicto sólo tenga un modo de solucionarse...

VERDAD, TOLERANCIA... Y CONVIVENCIA

Debo confesar algo: cuanto mayor me hago (y contra lo que me temía), menos aguanto la infatuación del que dice ostentar el monopolio de la razón. Quizá por eso me repelen con creciente intensidad las palabras gruesas, los gestos airados, el aspaviento típico que suelen describir los detentores de la Verdad Revelada, políticos o religiosos, qué más da, si cometen el mismo pecado.

En democracia, uno tiene que partir de un límite que es, al mismo tiempo, una liberación: la aceptación de que la convivencia se articula en base a convenciones. Convivir es convenir, avenirse, dejar a un lado las propias presunciones y conciliarlas con las del vecino. Sólo así orillamos la senda de la confrontación y podemos empezar a vislumbrar un panorama, si no de armonía, al menos desprovisto de la violencia consustancial a la lucha por imponer el propio credo. Incluso cabría plantearse que, dado el supremo bien de la paz entre las personas, es poco pago el dejar en segundo plano el egoísta reclamo a las propias convicciones, por muy morales que éstas se pretendan.

Por eso será que siento un franco rechazo ante actitudes como la del Papa Ratzinger cuando, en un libro recientemente traducido al castellano (Fe, verdad, tolerancia), se arroga el privilegio de supeditar cualquier diálogo a que éste se base en la Verdad de la cual, por supuesto, el máximo custodio e intérprete privilegiado es... él mismo, como Sumo Pontífice de la Única Iglesia merecedora de tal nombre. Ello le permite rechazar de plano el “relativismo” que, a su juicio, supone la petición de respeto por las creencias ajenas. Claro que el Papa de Roma nunca se ha destacado por su sensibilidad a las diferencias de criterio, ni internas a la Iglesia Católica ni, a fortiori, externas a ella.

Otro que tal, Mariano Rajoy, muestra en público una persistente (y preocupante) propensión a apelar al “sentido común” en defensa de sus propias tesis, como si el propio parecer fuera, de suyo, necesariamente compartible por los demás. Hoy mismo, escuchando una de sus fatigosas intervenciones en el Congreso de los Diputados, he detectado cómo, en varias ocasiones, utilizaba expresiones imperativas en defensa propia: “la manifestación del 4 de junio hay que interpretarla...”, “el Gobierno tiene que...”, todo ello regado con afirmaciones categóricas a mayor gloria de la intransigencia y la fatuidad. Tal vez se lo haya contagiado su mentor político, no lo sé, pero el caso es que me parece preocupante (y peligroso) que el líder de la derecha española coincida, en este como en muchos otros temas, con el mandamás de la religión más excluyente del mundo. La convivencia suele resentirse, cuando demasiada gente pretende tener razón... A LA VEZ.

LAS RAÍCES CRISTIANAS DE EUROPA

El Partido Popular defendió (sin éxito) que fuera incluida en la futura Constitución Europea una mención explícita a las raíces cristianas de la Unión. Yo apoyé dicha mención, y me basaba en los siguientes hechos:

Las raíces cristianas de Europa se pusieron de manifiesto ya en las Cruzadas, cuando los distintos reyes medievales aunaron sus fuerzas para combatir al moro y expulsarle de los Sitios Santos.

Las raíces cristianas de Europa quedaron consolidadas en pleno Renacimiento, momento en que la Santa Madre Iglesia alimentó las hogueras de la Fe con miles de herejes, brujas y gente de mala ralea.

Las raíces cristianas de Europa no pueden discutirse en los siglos XVII y XVIII, época de magníficos absolutismos en que los Reyes lo eran “por la gracia de Dios”.

Las raíces cristianas de Europa se extendieron en el siglo XIX, de la mano del colonialismo que llevó la Biblia y la Civilización a tierras ignorantes y zafias como África y amplias regiones de Oceanía.

Las raíces cristianas de Europa quedaron a la vista en las dos Guerras Mundiales, cuando los Papas miraban para otro lado (bueno, algunos para un único lado: el lado malo) mientras sus fieles se arrancaban la piel a tiras.

Las raíces cristianas de Europa siguen vigentes en el mantenimiento de los curas y sacerdotes a cargo de las arcas laicas de los Estados contemporáneos.

Donde no se ven por ningún lado las raíces cristianas de Europa es en el advenimiento de la Democracia, porque fue inventada hace un tiempecito por los griegos (un pueblo, ¡horror de los horrores!, politeísta).

No tienen mucho que ver con las raíces cristianas de Europa las bases de nuestro Derecho, las cuales, como es notorio, se remontan a la Roma antigua (otro atajo de adoradores de imágenes).

Tampoco pueden detectarse las raíces cristianas de Europa en el auge medieval de la ciencia y la medicina, promovida por los sabios de Al-Andalus mientras en los Reinos Cristianos seguían recurriendo a conjuros y ungüentos milagrosos para combatir un simple catarro.

Nada debe a las raíces cristianas de Europa el Humanismo renacentista, cuyo avatar pasó por las manos más variopintas menos (se lo puedo asegurar) la de clérigos y abates, consagrados a la pía lectura de salmos, Evangelios y hagiografías.

Las raíces cristianas de Europa poco influyeron (todo lo contrario) en los postulados de la Ilustración, cuna de la Revolución Francesa y, por ende, de la sociedad tal como la conocemos en la actualidad.

Nadie se acordó de las raíces cristianas de Europa en los viajes de Darwin, ni en sus investigaciones ni, por supuesto, en sus demoledoras conclusiones: el hombre fue hecho a imagen y semejanza del mono.

Las raíces cristianas de Europa quedaron, al parecer, en suspenso, cuando los cristianos de Europa se arrancaron la piel a tiras en las dos Guerras Mundiales. Eso sí, mientras tanto, en España el Caudillo desenterraba las raíces cristianas de España con su Sagrada Cruzada Restauradora.

Las raíces cristianas de Europa no influyeron en el reconocimiento de las libertades civiles de los homosexuales.

Las raíces cristianas de Europa tuvieron que ser obliteradas para reconocer el divorcio, la pareja de hecho, los métodos anticonceptivos, los derechos de la mujer, la multiculturaliad, el laicismo estatal…

Las raíces cristianas de Europa han tenido mucho que ver en lo peor que tiene Europa, y muy poco en lo mejor. Sólo el amor, el amoooooor infinito que sentimos los unos por los otros cuando, en las noches frías, nos apretujamos en un jergón.

¿ES EL VATICANO UNA DICTADURA?

Año 2005. En toda Europa triunfa la democracia (elecciones libres, derechos humanos, igualdad entre todas las personas).

¿En toda? ¡No! Una aldea resiste, inexpugnable, anclada en la Edad Media. En este fortín de la dictadura, manda un único ser, y siempre Hombre.

En esta reserva espiritual del totalitarismo, no se celebran elecciones directas. El pueblo no está representado: se limita a obedecer a su Amo, el cual, según sus propias palabras, recibe instrucciones directas de Alguien con quien sólo él tiene comunicación directa (creo que le llaman teléfono rojo).

En este enclave bárbaro no se reconocen los derechos humanos: los hombres tienen todos los privilegios y las mujeres, sólo una obligación: parir hijos bajo la protección de un hombre.

En este reducto del autoritarismo más rancio, la igualdad entre las personas no existe: la aldea está estructurada según una pirámide jerárquica, eso sí, perfectamente tradicional. Es más: son legión las civilizaciones que se han regido por el mismo modelo político (egipcios, mesopotámicos, chinos de la China, indios de la India, vándalos, visigodos…)

En este grano en plena cara de Europa, el gobierno patriarcal intenta aplicar textos escritos, no por los europeos, sino por unas tribus del desierto asiático hace tres mil años (las más antiguas, todavía en vigor).

Este quiste de salvajismo antediluviano, a pesar de sobrevivir impermeable a cualquier cambio, no se resigna a permanecer absorto en su esclerótica identidad: además, pretende gobernar a los países del orbe entero. Sin embargo, como carece de ejército, debe recurrir a las más subrepticias artes de influencia y control: las que se ejercen sobre las “almas” de sus súbditos, los cuales (¡oh desgarro!¡oh paradoja!) sirven a dos señores: el de la aldea primitiva y el de su país de residencia.

De todos modos, la estrategia expansiva de este fuero fantasmal no se ejerce por medio del Espíritu Santo, los ángeles y arcángeles o los Santos y Beatos, no: la ejecutan unos caballeros uniformados y perfectamente reconocibles que visten de negro y no conocen el trato carnal con la mujer. Son unos seres siniestros, que obedecen a un tirano extranjero pero que, en cada país, dicen defender las esencias nacionales. Practican una diplomacia muy poco sutil, y cada domingo suben unas escaleritas para adoctrinar desde una plataforma semielevada a unos individuos que, cuando salgan por la puerta, se llenarán la boca con la palabra democracia y reivindicarán su derecho (muy humano), no sólo de alienarse en nombre de Alguien, sino de sojuzgar a los demás por la misma razón.

Lo más curioso es que los seguidores de esta secta destructiva cargan con saña y violencia contra un tiranuelo de una isla caribeña, mientras ellos mismos se esmeran en mantener en el poder a un viejo machista, dictador, loco, eunuco, baboso y reprimido.

Lo más sorprendente es que, entre los adalides de este grupo salvaje, se incluyen cientos de miles de mujeres que no dudan en sostener un sistema ideológico-conceptual que las somete a una inferioridad social, económica y política más propia de sociedades agrícolas y premodernas que de la muy moderna y avanzada Europa del siglo XXI.

Lo más escandaloso es que, mientras en Europa nos jactamos de regirnos por leyes negociadas entre todos y aplicamos escrupulosamente los derechos humanos (incluso el derecho a someterse al imperio espiritual de un dictador extranjero), los fanáticos de esta fe bárbara llamada Catolicismo siguen intentando derrocar esa misma democracia que les ampara y da de comer, para devolvernos a la caverna del machismo y el autoritarismo medieval.

A eso, a eso sí que le llamo yo TOLERANCIA. Por mucho menos, en Argelia dieron un golpe de estado tras la victoria en las urnas del FIS.

CREER EN LO INTANGIBLE

En los últimos tiempos, se viene escuchando, entre las filas de la izquierda, esta tesis: que la religión es un asunto privado e íntimo que no debe trascender al ámbito social. Me parece que estas opiniones confunden sus deseos con la realidad.

¿Y cuál es la realidad? Pues que la religión, la religión católica para ser más claros, tiene como primera aspiración precisamente esa: la de trascender la realidad, la de "abrirse a lo que no se ve" pero que, según defienden, articula la vida entera. Eso y no otra cosa es la fe: emplazar a un afuera remoto lo evidente, negar los datos de los sentidos, remitir la consistencia toda de lo real a una instancia invisible, inodora e incolora (lo de insípida irá a gustos).

Para creer, hay que cerrar los ojos. Hay que hacer un esfuerzo y oponerse a las tentaciones de los ojos y de la piel. Eso es lo que siempre nos han dicho: el hombre que tiene fe debe hacer oídos sordos a la tangibilidad del mundo, el cual forma junto con el demonio y la carne la tríada fatal para todo cristiano.

Pues bien, ese ansia de trascendencia (que es la misma que llevó a la Iglesia católica a oponerse con todas sus piras a la tarea de los científicos, desde Galileo hasta Darwin) es la que guía la actuación diaria de los católicos: negar lo que se ve y postular lo intangible, negar los hechos y preferir las hipótesis... las cuales, si no se demuestran, se revelarán aún más "auténticas" a los ojos de su fe.

A esa fe (ciega y sorda, ¡aunque no muda!) es a la que apela José María Aznar, cuando dice "tener la convicción moral" de tal o cual conspiración indemostrable. Pues, para el buen cristiano, lo de menos es el mundo de los acontecimientos: su verdad está más lejos... tanto, que sólo ellos la ven.

ZP: EL ESPEJO DEL PUEBLO

Los meses de gobierno del PSOE avalan la hipótesis de trabajo que pongo sobre la mesa. Es la siguiente: José Luis Rodríguez Zapatero ha inaugurado un nuevo modelo de gobernante que podemos considerar, sin exagerar, prácticamente inédito en la historia de España.

¿Cuál es? Tomando las palabras de sus críticos de la derecha autoritaria: débil, sin criterio, sin programa, voluble, atado por sus pactos. Una forma de gobernar carente de prejuicios, de dogmas, abierta en todo momento a la negociación y al intercambio.

Ahora bien, ¿es esto malo? ¿Nos lleva Zapatero a la anarquía? Veámoslo.

Habituados a obedecer a un dictador (rey o caudillo: la misma sumisión), ciertos españoles han acabado por identificar al Presidente de un Gobierno democrático con un mandamás: una persona investida de un liderazgo más espiritual que político, un conductor de masas dotado de visión extraordinaria, de una misión. Este concepto mesiánico de la figura del Presidente del Gobierno (el cual no es otra cosa que el cabeza de lista de una agrupación electoral) lo sustentó José María Aznar y, en muchos sentidos, también Felipe González. Se trata de un modelo decimonónico del poder, más próximo a un führer carismático con aval en las urnas que al máximo servidor de la voluntad popular.

Porque esa es la función primera y última del Presidente de un Gobierno democrático: escuchar al Pueblo y gestionar sus demandas, de ningún modo forzarlo a que se pliegue a un plan previo e “iluminado”. Tal era la pretensión de Alfonso Guerra, cuando afirmó que a España no la iba a conocer ni su madre, o de José María Aznar, en su tozuda imposición de delirios personales (catequización de las conciencias, madrileñización cerril de la organización territorial del Estado, endurecimiento de la moral y las conductas).

ZP es otra cosa. Es un hombre en blanco. No en vano le tildan de cándido… ¡como si eso fuera un pecado! (Lo incomprensible es que tales reproches le vengan de las filas de quienes predican “la caridad”, “el amor por el prójimo” y otras lindezas tanto o más pueriles). ZP no ha llegado al poder para modelar a los súbditos a su imagen y semejanza: todo lo contrario, es él quien refleja al Pueblo, quien está a su entera disposición para cuanto le quieran formular. De ahí esa “accesibilidad” que sus interlocutores le reconocen: no tiene nada que oponer a las peticiones, si son legítimas y viables. ¿Por qué iba a negarse a llevar al ámbito legal una aspiración como el matrimonio homosexual, que beneficia a los contrayentes y no perjudica a nadie? Sus ideas personales no cuentan: él es un siervo del Pueblo, no el Pueblo un siervo suyo. Lo confirman sus palabras recogidas (con escándalo, por cierto) en el Wall Streen Journal: "no quiero ser un gran líder", o sea, yo no vengo a mangonear a nadie, sino a gestionar un programa político.

Por supuesto, esa no es la percepción de sus oponentes políticos. Para éstos, la política consiste en forjarse un mundo mental al que luego se ha de plegar el mundo real, no al revés. De ello se derivan la intransigencia, la chulería, el desplante. Están “iluminados”: tienen una misión salvífica, y quien se oponga a ella sólo puede ser considerado, simplemente, un enemigo o un botarate.

Todo esto no son meras palabras: se plasma en hechos. Por ejemplo, a la hora de acometer la reforma de la Constitución y de los Estatutos de las Comunidades Autónomas, ZP acude a la mesa de negociación sin un plan previo: quiere saber lo que desea cada cual, y luego él planteará en qué límites se puede y quiere mover. El PP, no: pretende pactar con el PSOE un marco previo e innegociable, de manera que las reivindicaciones de las agrupaciones nacionalistas se muevan en un terreno ya marcado. ¿Eso es negociar? No, a eso se le llama imponer, y que los demás pasen por el aro. Vulgarmente: un “trágala”.

ZP representa un modelo inédito de gobernante en la historia de un país que, de tanto ser oprimido, hasta ahora sólo pedía opresores. Él ha llevado a la política el pensamiento complejo, abierto a la diversidad de lo real, a la concurrencia de múltiplies opciones que han de ser debatidas y respetadas por igual, sin apriorismos ni dogmas de fe: con audacia, con ansias de servicio, con un corazón grande y una mente abierta.

Nos encontramos ante un reto único, ante una ocasión histórica de tomar, por fin, las riendas de un poder que es sólo nuestro y nos pertenece por derecho, lo gestione quien lo gestione ¿Responderemos como merece, con iniciativa y voluntad de diálogo? ¿O añoraremos a la figura del conducator, del pastor de rebaños?

Sólo el Pueblo, en su conjunto, tiene la respuesta. El interlocutor no puede ser más válido. ¿Lo seremos nosotros?

LO RECTO Y LO TORCIDO

Cuando El Vaticano da una consigna, los obispos se afanan en propalarla. Este es el caso de una expresión que, en los últimos tiempos, hemos oído con insistencia: me refiero a la de “conciencia rectamente formada”. Según los representantes de la Iglesia católica y romana en España, sus fieles son personas rectas y los demás (por eliminación lo digo) son torcidas. ¡Por eso aprueban las leyes que aprueban, homologando los derechos de todos los ciudadanos con independencia de su orientación sexual!

En principio, la expresión puede tener su gracia, pero tomada detenidamente nos retrotrae a una época que creíamos periclitada: aquella en la que la Santa Madre se erigía en depositaria de la Verdad Única y Revelada, y a los ciudadanos (tenidos por ovejas del rebaño de Dios) no les quedaba más que atenerse a sus dictados inefables, inexplicados e inexplicables.

A tenor de las declaraciones episcopales que venimos escuchando desde que el PP perdió el poder en las urnas (única sede de la soberanía popular, según la Constitución Española), se diría que la Iglesia se ha propuesto devolvernos a los tiempos conciliares... del primer concilio quiero decir, ya saben: “España, evangelizadora de la mitad del orbe, martillo de herejes, luz de Trento...” que escribiera Menéndez y Pelayo. Nada queda del propósito ecuménico y tolerante que animó el Concilio Vaticano Segundo, con su apertura al diálogo interreligioso y a la cooperación con la sociedad laica. Vuelven las declaraciones furibundas, los anatemas y las listas negras de personas torcidas: gays, socialistas, ateos, masones... y demócratas.

Porque un demócrata es una persona que sabe que no sabe, o que no lo sabe todo; que tiene su verdad por provisional; que la comparte con su vecino para tratar de organizar la convivencia común del mejor modo posible; que dialoga sobre lo que conoce para acceder a un mínimo conocimiento acerca de lo que ignora; que se informa, aunque está convencido de que la ola de la realidad siempre acabará cubriendo su frágil cabeza.

La persona dotada de “una conciencia rectamente formada”, por el contrario, no tiene ninguna duda: le basta con obedecer las órdenes que le transmite el vicario de Cristo, si ya no desde el púlpito, sí desde el periódico, la radio y el televisor (los templos ya no son lo que eran). El católico, soldado del ejército de los elegidos, jamás vacila: lo que tiene que pensar, se lo chiva el párroco; lo que tiene que purgar, se lo indica el confesor. La suya es un alma recta, sumisa: responde como un eco a la voz del sargento de Dios pues, como se sabe, donde hay patrón...

Visto así, yo me pregunto cómo pueden coexistir pacíficamente dos tipos de ciudadanos tan dispares en el seno de una misma sociedad: si unos, los torcidos, se proponen convenir mediante acuerdos públicos y notorios el destino de nuestro barco común, mientras los otros, los rectos, se afanan en pedirle la carta de navegación a un gobernante extranjero. No es broma: me resulta difícil imaginar cuál puede ser la ruta de una embarcación tripulada, al mismo tiempo, por dos clases de personas tan opuestas entre sí.

ADIÓS A LAS ARMAS

El presidente Zapatero ha manifestado en sede parlamentaria su determinación a acabar con la banda terrorista ETA por medios pacíficos. Prolongando con el ideario progresista de abominar de la violencia, el cual se puso de manifiesto en su oposición a la invasión de Irak, ZP va a tratar de concluir con un negro episodio de la historia de España de manera dialogada.

Todos los partidos, menos uno, así como la mayoría de la opinión pública (según datos de una reciente encuesta), están de acuerdo con el presidente: la violencia debe ser combatida, no con la violencia, sino con el diálogo, la legalidad y la democracia. El talante laico se impone al ojo por ojo judaico.

El Partido Popular, que utilizó al Ejército español para apoyar la invasión de Irak por parte de los Estados Unidos, se ha declarado en contra. ¿Razón? Que “al enemigo” no se le neutraliza con medios incruentos, sino que hay que suprimirlo, eliminarlo, exterminarlo. Ojo por ojo. Es la doctrina de Bush, de Aznar y de todos los tiranos del mundo.

Que Zapatero tenga o no éxito en su propósito nada quitará a la valentía y nobleza de su apuesta; no en vano, tratará con criminales y fanáticos. Pero lo que sí quedará claro y manifiesto es que la derecha sólo habla un idioma: el de la violencia, tanto cuando la recibe, como cuando la da.

ASUMIR LA REALIDAD

En unas recientes declaraciones publicadas por la prensa, la presidenta de Los Verdes destacaba que el proceso de regularización de inmigrantes que acaba de concluir en España mostraba una envidiable “capacidad de asumir realidad”. Me parece una reflexión interesante.

La regularización de inmigrantes ilegales implica que la Administración acepta un hecho y trata de extraerle el máximo partido en beneficio de todos: lo contrario, además de ilegal y poco práctico, habría supuesto una crasa hipocresía por parte de los tutores de la ley y el orden.

Pero es que, bien mirado, esa hipocresía es consustancial a cierta ideología, llámenla conservadora o reaccionaria. Veamos unos ejemplos:

- el adulterio, cristalizado en la figura de “la querida”, coexistió durante décadas con la respetadísima institución del matrimonio convencional, a la cual en último término brindaba un eficaz mecanismo de refuerzo;

- la prostitución, que se ejercía en esos espacios cínicamente intitulados “casas de tolerancia”, servía de válvula de escape para una sociedad represora (en teoría) de los instintos sexuales, a los que así saba salida (en la práctica);

- la bastardía, ominosa categoría con la que se condenaba a los molestos frutos de los “deslices extramatrimoniales” al limbo de la inexistencia oficial, daba forma y sustancia a uno de los más clamorosos escándalos de la civilización burguesa y puritana: la discriminación por razón de cama;

- la violencia conyugal (por no llamarla sexual) se ocultaba bajo la alfombra de una apariencia intachable, a despecho de su extensión e intensidad, de modo que ahora creemos que ha aumentado un fenómeno que, simple y llanamente, se reconoce con mayor valentía y determinación.

En todos los casos, la desviación de una norma rígida e implacable, la de una sociedad clasista, sexista y homófoba, debía ser silenciada para no sufrir el escarnio público. La consigna era: lo que no se sabe, lo que no se admite, no existe en realidad.

Ahora bien, ¿no es esa la pauta que siguen, aún hoy, los adalides de la derecha? Cuando Aznar, arrinconado por Gaspar Llamazares, se niega a admitir en la Comisión del 11-M el menor error en la prevención del atentado, ¿no está aplicando el mismo principio: lo que no asumo, no me ha pasado? Cuando Ángel Acebes se opone ruidosamente a la regularización de los inmigrantes ilegales, ¿no sigue el mismo camino: si no les doy papeles, es que no están... aunque les sigamos explotando?

Esta desviación psíquica, denominada “neurosis” por el psicoanálisis, presta al individuo una salida compensatoria para escapar simbólicamente de una situación real que le oprime.

Ahora bien, la hipocresía, que en una sociedad cerrada y opaca como la burguesa servía como dispositivo de control moral, ¿es plausible en un marco democrático, abierto y transparente? ¿Es viable, en la época de la generalización universal de los medios de comunicación incluido ese desenmascarador justiciero que es internet, trabajar en mantener una fachada impoluta, cuando las cloacas están llenas de heces?

No. La democracia exige claridad, honestidad y franqueza. Quien se miente a sí mismo, fracasa; y quien miente a los demás, lo acaba pagando. Aceptar la realidad tal como es parece ser, ya, el único modo de transformarla. La vía de la hipocresía sólo conduce al solipsismo, el monólogo y la locura.

SECTARISMO

SECTARISMO

En su intervención durante el pasado Debate sobre el Estado de la Nación, Mariano Rajoy lanzó una proclama que ha venido propagando últimamente la derecha española a diestro y siniestro: acusó a Zapatero de “sembrar las calles de sectarismo”.

Perplejo me quedé, al escucharle. Primero, porque yo voy andando por las calles y lo único que veo sembrado (y crecido) son los naranjos, las acacias y los jacarandás. Pero es que, además, no sé a qué se refiere con ese palabro. “Sectarismo”, ¿qué será?

Supongo que sectario es aquel que se encierra en su propio grupete, más o menos homogéneo, cultiva una ideología cerril y excluyente, practica el culto a un líder carismático y destruye la personalidad de sus miembros.

¿Es sectario el PSOE aquí y ahora, en la España del 2005? Véamoslo:

- es difícil considerar al socialismo actual como una ideología uniforme, si en su seno se oyen voces tan discordantes como la de Maragall y la de Bono o Rodríguez Ibarra en temas tan centrales como el modelo de Estado o la financiación autonómica;

- a duras penas podríamos admitir que el PSOE se encierra a cal y canto en sus propios planteamientos, pues en la presente legislatura ha pactado en numerosas ocasiones con los demás grupos parlamentarios (incluido el PP, caso de la Ley contra la Violencia Integral), no sólo con ERC e IU;

- tal vez ZP goce ahora mismo de predicamento entre las filas del PSOE, pero no creo que pueda jactarse (aún) de arrastrar a masas enfervorizadas de incondicionales, como sí hizo (y hace) José María Aznar;

- tampoco es de recibo la idea de que el PSOE combata la manifestación individual de sus miembros, en repetidas ocasiones discrepante entre sí, lo cual le ha valido que el PP le acusara de “carecer de proyecto común” ().

Así las cosas, ¿puede calificarse al PSOE de sectario? No, no es posible hacerlo sin faltar a la verdad. Sin embargo, ¿hay datos que permitan tachar al Partido Popular de comportarse como tal?

- con frecuencia inusitada, vota en contra del resto del Congreso, incluso en temas que merecen el consenso de la Cámara (como la moción de condena de la persecución de los homosexuales durante la Dictadura);

- mantiene en solitario unos postulados que los hechos se empeñan en desmentir, como la autoría del 11-M o la legitimidad de la invasión de Irak;

- muestra una, ejem, solidez interna (por no llamar unanimidad) que Juan Cobo, número dos del Ayuntamiento de Madrid, ha tachado de “talibán”;

- practica el culto incondicionado al gurú Aznar, hasta el punto de que es difícil admitir que no siga hablando, cual ventrílocuo, por la boca de su muñeco Rajoy;

- para colmo de males, los seguidores más acérrimos del Partido Popular han mostrado en varias ocasiones en los últimos tiempos su temperamento violento, expulsando a José Bono de una manifestación pública o agrediendo a los asistentes a la presentación de un libro de Santos Juliá.

Vistos los hechos, más bien se diría que quien siembra las calles de un sectarismo furibundo y agresivo es la derecha. Y sólo llevamos un año de gobierno socialista....

LOS OBISPOS Y LA CONSPIRACIÓN NACIONALCATÓLICA

Desde el 14-M, se ha ido cristalizando una estrategia añeja y maloliente que trata de reeditar antiguas cruzadas (de funesta memoria).

Es el resurgir del nacional-catolicismo, articulado en torno a la tríada España-Familia-Religión.

Una conspiración en la que participa el Partido Popular, la COPE, El Mundo, La Razón, Libertad Digital, Antena 3, Onda Cero, la Conferencia Episcopal y un sinfín de asociaciones-pantalla, como el Foro de la Familia, el Sindicato de Funcionarios Manos Limpias, ASAJA, todo ello con la cobertura de los vocales-títere del CGPJ y multitud de magistrados de la Asociación Profesional de la Magistratura.

Se trata de una declaración de guerra fría al Pueblo español, igual igual que se rebelaron en 1936 contra la victoria del Frente Popular en las urnas.

Lo malo de todo esto (para los golpistas) es que la ciudadanía ha cambiado... para bien. Ya no es supersticiosa, ni sumisa con los curas, ni se deja mangonear por cuatro plumíferos a sueldo: ha estudiado, ha viajado, conoce su historia y sabe desenmascarar a los farsantes y manipuladores de conciencia.

Así que, cuando un obispo pide el voto para el PP en Galicia, quizá arranca un puñado de sufragios a cuatro docenas de jubilados con boina... pero a costa de perder cientos de miles entre los jóvenes y no tan jóvenes sobradamente preparados, demócratas y con criterio propio.

LOS ENEMIGOS DE DIOS

Muchos son los enemigos Dios, y seculares. Tantos como poderes terrenales han tratado de echarle el cerrojo al patio de luces para hacernos creer que el techo del mundo está tachonado de ladrillos: de límites, de ojos ciegos y tejados.

Tantos son los enemigos de Dios, que renuncio a enumerarlos. Prefiero hacer una abstracción moral de todos ello, remedando el clásico catálogo de los vicios y pecados capitales de la humanidad. Vamos a ello.

LA SOBERBIA. Es el pecado original: usurpar el puesto de Dios y, emulando su voz, decir que hablamos en su nombre. Esta tara es tan común a los que dicen defender a Dios como a los que tratan de combatirlo: ambos se ubican en una perspectiva falsa, la de quien todo lo ve. Pero tamaña omnisciencia no está al alcance de los hombres, así que debemos recelar de cualquiera que utiliza mayúsculas para hablar: la Ciencia, la Fe, la Verdad, la Razón, la Revelación...

LA GULA. Muy común en nuestros tiempos en ciertos barrios de la sociedad opulenta. Consiste en comer (comprar, consumir: destruir) más de lo que se necesita para mantenerse en pie. Es el resultado de haber perdido el sentido de los propios límites, por lo que puede considerarse una forma de soberbia estomacal.

LA PEREZA. De pensamiento. Es una variante de la inercia atávica de los cuerpos a caer a plomo. En su traducción culta, se llama tradición. En clave socioeducacional, disciplina.

LA LUJURIA. No sólo corporal, también espiritual (¡esos éxtasis, esos raptos místicos sublimando las pulsiones de la carne!). En los últimos tiempos, está mutando en logorrea: grandes palabras que, vacías de contenido, sólo le dan gusto al que las pronuncia.

LA IRA. Muy común, ya demasiado. Aúna este pecado ciertos aspectos de lujuria (por lo que tiene de gratificación unilateral y gratuita), de la gula (pues, una vez desatada, se muestra insaciable) y de la soberbia (sólo se enfada quien se cree en posesión de la verdad revelada). Suele empezar como un vientecillo que arrecia hasta degenerar en huracán.

LA ENVIDIA. Hija del complejo de inferioridad y madre de la ira, encuentra en la sociedad capitalista su perfecto caldo de cultivo, pues el monoteísmo de la libre competencia desemboca rápidamente en fraticidio.

LA CODICIA. También conocida con el eufemismo de “sed de beneficios”, conoce en nuestros días su máximo apogeo. Todo y todos se mueven por la expectativa de las ganancias materiales: no sólo los impíos, sino los que a sí mismos se llaman (con soberbia) hombres devotos. Éstos son los peligrosos: los que, desde las filas de Satán y confiados en la pereza de los ciudadanos, azuzan la envidia o libre competencia para que alimentar su gula de bienes temporales.

Sí, en efecto: la sociedad actual está enemistada con Dios. Para recobrar el contacto con la trascendencia, habría que desmontarla pieza a pieza: ¡fuera libre competencia, fuera sed de beneficios dinerarios, fuera iracundia y fuera guerras!

¿Quién tira la primera piedra?

SI ETA VUELVE A MATAR

Si ETA mata, la culpa será de aquellos que se negaron a disuadirles con las armas del diálogo, y prefirieron mantener la guerra abierta con el coste que ello supone.

¿A que es una idea aberrante, mezquina, vil e inasumible?

Tanto como afirmar que, si ETA mata, la culpa será de ZP por haber tratado de nuetralizar a los asesinos tanto con el palo como con la zanahoria.

La única idea admisible en democracia es que, cuando alguien mata, delinque o viola la ley, el único que tiene la culpa ES ÉL MISMO. Ni la sociedad, ni la crisis de valores, ni idea alguna que le sustraiga de su propia responsabilidad.

ARGUMENTARIO VATICANO

La invención de una conspiración antirreligiosa para recuperar posiciones en una sociedad cada día más materialista no es nueva: se ha intentado miles de veces, y unas veces ha dado resultado y otras, no.

Yo, que leo cada semana Alfa y Omega (el semanario del Arzobispado de Madrid que regala ABC los jueves), puedo asegurar que ni una de las supuestas "razones" son suyos: son una traslación literal del "argumentario vaticano" que circula por los lobbies nacionalcatólicos.

Este argumentario está lleno de falsedades, tergiversaciones interesadas y mentiras flagrantes (que no fragantes). Pero como no tengo tiempo, ni ganas, de contestarlas, me limito a invitar al lector a visitar la web y buscar información veraz sobre el tema. Ítems de búsqueda: laicidad, libertad religiosa, democracia, tolerancia, etc.

Sólo un ejemplo de mentira que circula:

"¿Por qué nuestro gobierno se empeña en quitar la Religión de las escuelas poniéndose en contra del deseo de la mayoría de los españoles?" (Jesús Asensi, carta al director de Alfa y Omega).

Respuesta vaticana: porque el PSOE quiere exterminar a los católicos en las cámaras de gas.

Respuesta de Vox Populi: la reforma de la Ley de Calidad impone la obligatoriedad a los centros la enseñanza de la religión católica (versión hard), la cual será optativa para los alumnos.

¿Quién miente y por qué? Respuesta fácil: mienten ellos, y lo hacen para jalear una sublevación popular en contra del Gobierno legítimo de la nación?

CATOLICISMO Y ECOLOGISMO

En palabras reproducidas por el diario El País, Francisco Ortega, delegado de Pastoral Familiar de la diócesis de Canarias se preguntaba: “¿por qué pueden defender lo natural los ecologistas y nosotros no?” (22 de enero de 2005, pág. 30).

Parece un chiste, pero no lo es. Las alusiones a un presunto fundamento natural de los dogmas cristianos es constante en los últimos meses. Basten unos ejemplos para demostrarlo:

a) En un artículo publicado por Alfa y Omega, publicación del Arzobispado de Madrid, José Lumbreras califica el cristianismo como “una alta y sólida torre de valores aportados por la moral y directrices sobre la base de leyes y principios naturales”.

b) En una conferencia pronunciada por el Cardenal Alfonso López Trujillo en el transcurso del Congreso sobre Educación y Familia, y reproducida por la misma publicación, se lee: “La familia no será pulverizada. Se trata de una institución natural, base de la sociedad basada en el matrimonio”.

c) En el acto de presentación de la campaña de la Conferencia Episcopal contra el matrimonio homosexual, su portavoz, Juan Antonio Martínez Camino declaró: “El matrimonio humano responde a la naturaleza de la persona humana. La Iglesia no ha inventado nada”.

A bote pronto, a uno le sorprende encontrar tan insistentes alusiones a la naturaleza y tan pocas (por no decir: ninguna) referencia a Dios. No creo aventurado afirmar que, hace treinta años, a ningún clérigo se le habría ocurrido apelar al adjetivo “natural” cuando tenía tan a mano el adjetivo “divino”: no en vano, en ambos casos se están refiriendo a una presunta instancia última, firme y estable, que nos otorgaría un suelo sobre el cual asentar una moral que huye del relativismo como del diablo.

Las razones que han podido espolear a los clérigos a trocar a Dios por una naturaleza pueden ser diversas:

a) que el catolicismo se ha convertido en un deísmo, ya saben: esa herejía ilustrada que identificaba a Dios con la naturaleza, de manera que estudiar a ésta significaba conocer mejor a —y creer con más firmeza en— Dios;

b) descartada esta hipótesis por motivos obvios, también es posible que la Iglesia Católica se haya percatado de que Dios ya no “vende” lo suficiente en el mercado de la propaganda mediática, mientras que la naturaleza sí que está de moda, es moderna y tiene futuro.

Yo, claro está, me inclino por la segunda opción: la Iglesia Católica utiliza a la Naturaleza en sus mensajes por motivos de márketing, de estrategia comunicativa. Otro motivo, está descartado. No en vano, el catolicismo es una ideología antinatural por naturaleza (valga la redundancia). ¿Por qué?

1. Porque el mensaje crístico es contrario a lo más natural de la vida, que es el morir: la buena nueva que nos anuncia Jesús de Nazaret es que la muerte no existe, que es un mero tránsito a un mundo mejor, sí, pero que no se ve, ni se toca, ni se huele (o sea: que no se percibe de manera natural sino, claro, sobrenatural).

2. Porque los enemigos clásicos del cristianismo, ahora y siempre, han sido el Mundo, el Demonio y la Carne, es decir: la sensualidad, el cuerpo, los placeres, la voluptuosidad, los apetitos, la tentación… todo aquello que caracteriza a los seres vivos como tales y los diferencia de los minerales.

3. Porque el sentido de la Iglesia como institución terrenal consiste, única y exclusivamente, en negar la validez ontológica de lo visible natural para privilegiar la superioridad de lo invisible sobrenatural: del espíritu, del alma, de todo aquello que no se corrompe con el tiempo ni perece con la muerte.

Al igual que la budista, y a diferencia del taoísmo, la religión cristiana, desde su origen, se basa en el combate contra lo natural. Tratar de reciclar veinte siglos de historia para hacer frente a un episodio reciente de impopularidad, además de infructuoso, sólo puede calificarse con un nombre: falsificación.

LA DERIVA VIOLENTA DE LA DERECHA ESPAÑOLA

Ha llegado el momento de ponerle nombre y apellidos a la deriva fascista y violenta de la derecha española: la promovió Aznar, con sus cuatro años (2000-2004) de una chulería, autoritarismo y belicosidad nunca vistos desde el final de la dictadura.

Aznar sacó del armario a la peor derecha, que dormía encogida por la resaca de la transición; impulsó el revisionismo histórico, falseador de la realidad; orilló la cortesía, la diplomacia y las buenas maneras; dio alas a los sectores más fanáticos de su partido; en suma, devolvió a la derecha a la caverna al extremo donde, por otro lado, siempre estuvo.

Que ahora se desmelenen Jiménez Losantos, Ignacio Villa, Ansón, los obispos o los forofos de los foros responde a este impulso, a este "revival" que tentó Aznar y le salió rana: el Pueblo español no quiere más mesías, sino moderación y diálogo.

EL RETORNO DEL NACIONALCATOLICISMO

En un artículo titulado, “Mentalidad cristiana de la vida” y publicado en el semanario Alfa y Omega del 27 de enero de 2005, Mercedes Gordon plasma algunas de las constantes del catolicismo español desde el 14-M.

Así, afirma:

¿Tiene la sociedad española una mentalidad cristiana de la vida? Yo creo que sí, aunque existen fuerzas empeñadas en hacernos creer que no, incluso en hacerla desaparecer. Sin embargo, resulta evidente su debilitación y pérdida de nivel en amplios sectores sociales, los más vulnerables al contagio social de las modas y los modos solapadamente impuestos para desevangelizarnos.

La autora no duda (como no lo dudaba Menéndez Pelayo, Ramiro de Maeztu, Francisco Franco o, hace unos días, no lo duda Karol Wojtila) que España y catolicismo son una y la misma cosa.

Esta identificación mística de patria y religión, que se conoce con el nombre de nacionalcatolicismo, cuenta hoy en día con pocos adeptos, aunque la Conferencia Episcopal está empeñada en que sean más, muchos más, y a emplear cualquier arma (moral o inmoral) para conseguir que así sea.

Lo más chocante del caso es que, siendo para el nacionalcatolicismo evidente la mutua imbricación de ambas devociones, se encuentre hoy en día en tan franca decadencia. ¿Acaso tiene la Iglesia Católia alguna responsabilidad en ello, por ejemplo, al sostener valores que ya no son el de la mayoría de los españoles? ¡De ningún modo! La culpa es de una vasta conspiración que pretende (como en 1931, ¿recuerdan?) extirpar la auténtica alma de la patria y entregarla en brazos del enemigo, ateo o musulmán.

Continúa Gordon:

Han sido muchos, y muy fuertes, los embates que esa secular mentalidad cristiana de la vida, tan nuestra, ha recibido en las últimas décadas. Décadas en las que la empresa de secularización, o mejor dicho, secularismo, acometida con eficacia desde lobbies ideológicos, políticos y económicos empeñados en desfigurar el rostro y el alma de España, nos ha colocado en la situación actual.

Creo que no hay que ser muy listo para saber a qué diana apuntan los dardos de Gordon. Está aludiendo claramente al tándem PSOE-Grupo Prisa, que con tanto ahínco se empeñan en denunciar los nacionalcatólicos, a despecho de contar con plataformas tan entregadas a su causa como la Cadena COPE, el grupo Prensa Española o el grupo Planeta.

Para esta autora, la secularización de la sociedad española no es producto de la progresiva alfabetización de los ciudadanos, ni de su esperada entrada en la edad adulta de la razón gracias a la extensión de los derechos civiles. No: para Gordon, y para los nacionalcatólicos en general, son los socialistas (materialistas, ateos y, muchos de ellos, divorciados u homosexuales) y su emporio comunicativo quienes han llevado al país por el camino del Diablo.

Hace setenta y cinco años, el enemigo imaginario era la conspiración judeomasónica; ahora, es el prisocialismo. Las caras del enemigo han cambiado, pero la paranoia del católico permanece invariable.

Prosigue Gordon:

España, como tantos otros países de Europa, aunque haya tardado más, se encuentra ahora, al empezar este nuevo siglo XXI, con la realidad de haber separado el campo de la fe y el campo de las decisiones políticas y de las leyes, que ya no son más que cosa del Estado, según creen muchos equivocadamente

Aquí Gordon defiende ya directamente un modelo sociopolítico de clara vocación inconstitucional. Pues, como se lee en la Carta Magna, España se constituye en un Estado social, democrático y de derecho, es decir: en una democracia representativa donde las leyes emanan de las Cortes Generales, elegidas libremente por el Pueblo soberano.

Pues no: para el nacionalcatolicismo que difunde el Arzobispado de Madrid cada semana desde los quioscos (eso sí: gratuitamente porque, de otro modo, dudo que contase semejante panfleto con ninguna viabilidad editorial), nuestra democracia es un error porque se sustrae a la tutela eclesiástica y entrega a la chusma el timón de su propio nave.

Ahora bien: para la autora, aún no está todo perdido. Aún puede conminarse a las masas descristianizadas por el Maligno a rebelarse y volver al redil de la Santa Madre Iglesia. Van a despertar del sueño, ya lo creo, y si no lo hacen por iniciativa propia, va a encargarse el Arzobispado de Madrid de tocar las campañas a rebato:

La situación está tocando fondo; Hasta tal extremo, que se aprecia un cambio de actitud social. Los bautizados de a pie, asociados y no asociados, no están dispuestos a mantenerse pasivos e indolentes. Están actuando: millones de firmas recogidas para exigir la enseñanza de la religión y millones de firmas para presentar una iniciativa legislativa popular que frene la confusión de denominar matrimonio la unión de dos homosexuales y sus graves consecuencias.

Unas decisiones de índole estrictamente política han sido llevadas al terreno del combate religioso, de la cruzada por la fe. ¿No les suena todo esto a muy antiguo: a manual añejo de historia de España, donde los curas arengaban a la plebe a luchar contra la invasión de influencias extrañas a la tradición autóctona? No, si cualquier día acusarán al PSOE de afrancesado…

Mientras llega el momento de la insurrección (civil o militar: Gordon no lo precisa… aún), la autora se consuela apropiándose de los valores morales como si los hubiesen inventado los católicos:

Esos millones de personas saldrían a la calle si fuera necesario demostrar que no quieren que se pierda en nuestro país la mentalidad cristiana de la vida y sus valores: amor, familia, respeto y servicio al prójimo, honradez, laboriosidad, solidaridad, capacidad de sacrificio, generosidad...

Más claro, agua bendita:

a) a un lado, ellos, auténticos españoles, católicos de pura cepa, defensores en solitario de la verdad y la vida, de los auténticos valores, de la única verdad que puede defenderse con castizo orgullo y rancio honor;

b) al otro lado, los otros, los usurpadores, los totalitarios de la democracia, los prisocialistas, que amenazan todas las libertades que tanto les ha costado (¡a ellos, que auparon a Franco al poder y le mantuvieron en él durante cuarenta años!) conquistar y que nosotros, que perdimos la Guerra Civil y tuvimos que decidir entre exiliarnos o morirnos de asco bajo una bárbara dictadura, ahora les queremos arrebatar.

Hace falta haber recibido una educación defectuosa o ser una mala persona para incitar al odio a los hermanos única y exclusivamente porque el Gobierno emanado de las urnas impulse una legislación que reconozca los derechos de los homosexuales y ampare la libertad de los padres a que sus hijos puedan NO reciban formación religiosa obligatoria.

El nacionalcatolicismo ya está aquí: ha despertado de su semiletargo. Los hombres y mujeres que creemos en la democracia no podemos quedarnos de brazos cruzados. Hay que defenderse de esta amenaza en la sombra que, cada día que pasa, ocupa más y más la escena. Reaccionemos, o luego nos tendremos que lamentar… de rodillas y con los brazos en cruz.

PROPUESTA PARA UN CATECISMO LAICO

Planteo la siguiente propuesta para un Catecismo laico, convencido de que la laicidad es una actitud profundamente moral y no supone, en absoluto, apostar por el relativismo de los valores.

1. Convivencia. La paz social es un bien en sí mismo, superior incluso a cualquier texto legal promovido y aprobado por una parte de la ciudadanía. Sin embargo, las necesarias reformas legales, una vez impulsadas, deben tener en cuenta el bien común, no la mera imposición de las opciones de unos sobre las de los demás.

2. Respeto. Instrumento necesario para que la convivencia sea posible. Incluye la observancia de las normas de cortesía, el rechazo de la violencia física y verbal, la escucha atenta y detallada de todos los argumentos y el ejercicio mesurado del derecho a la crítica.

3. Indulgencia. Las reformas legales promovidas y apoyadas por las mayorías no deben descuidar el valor intrínseco de humanidad que impregna todas las opciones basadas en la convivencia y el respeto. Ello se traduce en el rechazo a la guerra, la tortura, los tratos degradantes a las personas y la represión por motivos religiosos, ideológicos o de cualquier otra índile.

4. Pluralismo. Para que el primado de la libertad sea efectivo, en una democracia debe garantizarse el pluralismo, basado siempre en el cumplimiento escrupuloso de las normas de la convivencia y el respeto recíproco. Sólo se deben rechazar aquellas propuestas que aspiren a coartar la libertad de los demás.

5. Generosidad. La apelación a la convivencia ha de traducirse en iniciativas claras y concretas en beneficio de los menos favorecidos: los excluidos, las minorías y los marginados deben ser objeto de atención preferente por parte del resto de la sociedad, sin que ello implique la subversión del principio de voluntad popular propio de la democracia.

6. Magnanimidad. El demócrata laico se instala en todo momento en una perspectiva amplia, integradora y matizada, que no puede ceder en ningún momento a la tentación de imponer unilateralmente los valores de la mayoría sin tener en cuenta la legítima discrepancia.

7. Franqueza. La franqueza es imprescindible para que el respeto no degenere en una impostura hipócrita. De ella se deducen las libertades fundamentales (de opinión, de prensa, de información, de cátedra), con el límite siempre del respeto y la convivencia.

8. Solidaridad. La generosidad se debe plasmar en un sistema formal que corrija las desigualdades sociales producto de los distintos talentos naturales. No puede tener carácter coercitivo, sino ejercerse de manera comprensiva y proporcional.

9. Altruismo. Es el mandato del amor evangélico, llevado a la realidad de los hombres sin pasar por la autoridad trascendente. Todos los hombres somos hermanos y, por ello, nos respetamos y ayudamos, no porque seamos hijos de un mismo padre, sino porque hemos venido a la vida y saldremos de ella todos por la misma puerta.

10. Honestidad. Sin la cual el ejercicio del resto de valores laicos se vería reducido a una caricatura inoperante.

Obviamente, cualquier cristiano u hombre de buena fe se sentirá identificado con estos valores, ¿cómo no? Lo que demuestra que los valores que inspiran la laicidad democrática no son privativos de nadie (y mucho menos, de una religión particular), sino que nos pertenecen a todos y por ellos debemos luchar, unidos y en paz.